3 de febrero de 2009

Aprender a volar

No es tan desconocido el panorama. Camina, sin rumbo, dice a veces, pero sabe perfectamente hacia donde va. El piso todavía tiene las marcas de la última vez que caminó por ahí, no lo ha olvidado. Restos de lágrimas y sangre por todos lados, las marcas de siempre. ¿Aprendizajes? Parece que no. La imagen del espejo, lo único que ha cambiado son las líneas tan finas que, según le dicen, no se alcanzan a apreciar todavía. Las marcas que deja la vida en la cara se ven, sentencia que ha tenido siempre presente. Las marcas que deja el amor, en el corazón se ven, no lo olvida.

No levanta la cabeza, pues parece que su diálogo interno es muy encarnado: ¿qué hacer? Si bien sabe que no es la primera vez que se presentará, levantará la cabeza y tomará una decisión. No es nuevo en eso de volar alto y aspirar a mucho: el que no arriesga no gana, siempre lo ha pensado, pero jamás lo ha aplicado. Un lado, una voz, la razón, el corazón. El corazón tiene pensamientos que la razón no entiende. Hay que saberse guiar por ambos, por más ambiguo que parezca. Parece no inclinarse por ninguno de los dos: si bien siempre ha sido más racional, esta vez su corazón grita con fuerza, pidiendo aunque sea revivir la emoción de la ilusión del logro. La razón le pide que no regrese a ese lúgubre camino que ha recorrido más de lo que ha querido. No vale tanto la pena. Tú no lo sabes. Diálogo tenebroso, que no me atrevo a capturar aquí, pero que más de alguno lo ha de conocer. Darle vueltas una y otra vez a la situación, poner todo en la balanza, aventarlo todo y correr, lanzarse al ruedo. ¡Decisiones!

Llegó, el trayecto se hace corto con esa marejada de pensamientos. Ahí está, con la mirada interrogante. Siempre esa media sonrisa que te ha robado muchos suspiros. Su figura, su cabello. Los hombros siempre descubiertos, donde le gusta posar sus manos. Darle calor, transmitirle algún sentimiento a través de sus manos. Ojos pequeños pero expresivos. A pesar de su gusto por los ojos claros, siempre se ha enamorado de unos ojos negros. Cuestionan siempre, reciben pocas respuestas. Ahí está, esperando algo. Quizá el momento de decirle que no pierda su tiempo, que simplemente retroceda. Quizá le dará tiempo suficiente para decir lo que siente, a pesar de que sabe que le cuesta mucho trabajo. Él simplemente se limita a mirarle.

Querer dedicarle muchos prodigios, cantarle una canción. Una rosa, tal vez. Buscar su mano, mirarla profundamente a los ojos. Sonreír cada vez que piense en ella. Todo lo hace, o quiere hacerlo. No tiene nada qué perder, pero las marcas del corazón ya son muchas. Por una vez, quiere triunfar. Ella, no sabe. Quiere ser feliz, quien no querría, la pregunta es si aceptará el corazón que se le está ofreciendo.

Busca una sencilla razón para hacer todo. Encontrarla, es lo que cuesta más trabajo.