17 de octubre de 2007

Mís Últimos Momentos

Este texto fue escrito por Paula Zamorano, en lo personal, me encantó. Por eso pedí permiso de publicarlo, así que, disfruten

Cuando menos lo pensé estabas ahí. No pude pensar durante varios minutos. Contemplé tu cuerpo, tan perfectamente distribuido, y no pude hacer nada más que sonreír. Me mirabas fijamente, como si trataras de leer lo que pensaba, y en realidad, yo sabía que podías.

Me dijiste que todo iba a estar bien, que me amabas más que a nada, y que si lo necesitaba, llorara tanto como quisiera. Pero en esta ocasión, las lágrimas no pudieron salir. Había una mezcla de rabia, temor y tristeza que se apoderaba de mí en ese momento. Quería salir y gritar. Quería deshacerme de aquel cuerpo del que era esclava y prisionera. Tú sólo me abrazaste y recargaste mi cabeza en tu pecho. Siempre dijiste que mi piel era suave.

No supe cuándo me quedé dormida, pero cuando desperté tú estabas a mi lado, dormido junto a mis piernas. Te miré y pensé cuánto te amaba. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Tenía miedo de dejarte pues, hasta ahora, habías sido lo más importante en mi vida: lo único a lo que me he podido aferrar, la única persona con quien habría querido estar en esos momentos. Me duele amarte tanto, más cuando sé que por fin me desharé de ese cuerpo que tanto me aprisiona.

No te diste cuenta cuando me levanté. Hiciste un ligero movimiento con tu cabeza, percibiendo mis movimientos, pero no te despertaste. Caminé desnuda en la oscuridad, me gustaba la idea morbosa en mi mente, de que sólo la noche y el reflejo vaporoso de la luna podían verme. Me quedé de pie ante la ventana; no miraba nada en especial, mis ojos parecían estar llenos de vacío, con la mirada perdida sin enfocar nada en específico. Nada sucedía en aquel lugar, no se escuchaba sonido alguno. A esas horas de la noche debía de ser común, pero aquel silencio era casi aturdidor. Seguí mirando hacia la nada, meditando tal vez en lo mismo, cuando noté un coche a lo lejos; tenía los vidrios empañados y hacía ligeros movimientos. Poco después, pude darme cuenta de que era una pareja, que tal vez no contaba con una cama o el momento propició que estuvieran ambos en medio de la nada, en un coche que sólo se calentaba con el calor de ambos cuerpos. Era irónico que lo único que haya podido observar fuera eso, pues probablemente estuve toda la noche haciendo lo mismo. Me hizo recordar la primera vez que estuve desnuda frente a ti.

No había sido fácil; recuerdo tus intentos previos para lograr que me quitara solamente la blusa, pero siempre mis ideas recatadas, o tal vez mis complejos, habían sido mayores que el deseo de sentir tu piel sobre la mía. Hubo un día en el que simplemente no pude resistirme, ni tú tampoco, e hiciste que sucumbiera ante tus encantos. Recuerdo haber sentido tu piel tan cerca y tan suave; tus manos sabían dónde y cómo tocar exactamente, para que explotara una bomba de sensaciones que se encontraba justo entre la yema de tus dedos y el poro de mi piel. Desde ese entonces, no había habido vez en donde no aprovecháramos para sentirnos.

Muchas cosas pasaban por mi mente en ese momento; te miraba dormir, con tu cara iluminada por un tenue resplandor de afuera y unas ligeras gotas de sudor que brillaban. Tu espalda descubierta, siempre tan suave y perfecta, yacía entre los pliegues de la sábana. Yo sólo miraba, tratando de crear algún verso que describiera aquella poesía, pero simplemente no podía.

Mi mirada tal vez te despertó, no te sorprendió verme despierta y sonreíste. Me mostraste por última vez aquella perfecta sonrisa que tanto me gusta, y tu mirada que desnuda, aunque en ese momento ya no era necesario. Sabías que era el final, pero no te importó. No derramaste ni una sola lágrima. No emitías palabra alguna, pues sabías que, en aquellos momentos, cualquier palabra sobraba. Te limitabas a tocarme, siempre te dije que eras muy bueno con las manos. Me besaste suavemente, como si me sintieras frágil; recorriste toda mi piel con tus labios y por última vez hicimos el amor. Pude ver una lágrima recorriendo tus mejillas y con tus dedos, cerraste mis ojos.

9 de octubre de 2007

Para tí que no estás

Precisamente por el hecho de que me encuentro aquí

es el por qué de que no te puedo encontrar.

Desde aquella vez que te vi por primera vez,

no he dejado de pensar en ti.

Desde ese preciso momento en el que nuestros ojos se conocieron

no dejo de hablar de ti,

y desde el día en que nuestros labios se encontraron

mi corazón no deja de latir por ti.

Es necesario que confiese todo esto que siento,

porque ya no estás junto a mí,

decidiste partir de mi vida

para buscar nuevos horizontes,

encontrar una mirada y unos labios más tiernos que los míos;

unas palabras que te expresen de mejor manera

todo lo que mi corazón declaraba que sentía por ti.

Te fuiste, fulminantemente,

tomando la decisión precipitadamente sin siquiera decir adiós

ni aún un por qué.

¿Por qué te fuiste?,

¿por qué me has dejado en el abandono, con todas mis ilusiones agonizantes? No conozco el por qué, pero alguna razón tendrás.

Tal vez más grande que el amor que todo mi ser te llegó a jurar

y que tu boca fingió aceptar.

Ahora me encuentro aquí, de nuevo solo,

con mi corazón en mis manos,

buscando alguna razón para sacarte de mis pensamientos

y así encontrar a alguien que sepa valorar

todo lo que hay dentro de mí

y desdeñe a la bestia que encierra el más bello sentimiento humano: el amor.

Recuerda solo esto: no me arrepiento de nada de lo que he hecho,

no voy a olvidar todos esos momentos

en que me hiciste sentir dichoso,

todos esos momentos en que el amor se manifestó

antes de que el último pétalo cayera.

Aquí es cuando me despido, volveré a mi sueño eterno,

esperando que regreses y decidas aceptar

todos los prodigios que mi corazón te quiere brindar...

5 de octubre de 2007

Delicias Húmedas con Calor Seco

Amar... pensar... querer... soñar... te amo cuando no estás, aún más cuando te veo frente a mí, como hoy... pienso que no existo, y cuando pienso que existo sé que existo en tí y tú en mí, pienso que nuestra existencia se resume a una sola, un sólo pensamiento, un sólo deseo, una sola caricia...

Quiero, quiero que me veas, que me sientas, quiero que experimentes cómo mis manos empiezan a recorrer lentamente tu cuerpo, empezando por tus piernas: ese camino que después de elevarse un poco vuelve a bajar para terminar en ese lugar tan preciado, en ese monte de Venus, ese altar en el cual dejo que mi lengua perpetre su sagrario para saborear ese grial santo que tantos secretos encierra y que nos convierte en lo que somos... en dos personas que están juntas... que se volverán en uno solo y que se encuentran en un completo estado de lubricidad provocada por la noche oscura, nuestros deseos carnales y todas esas preguntas que queremos contestar con esto... también quiero que tu me toques, que empieces a sentir mi piel, mis manos, mi roce, mi logro, mi estado, toda mi mente y mi ser, mi ser que apunta hacia ese altar esperando solamente el momento preciso para fundirnos en uno sólo y entregarnos al placer...

¿Sueño?, no... en este momento dejé de soñar... ahora vivo... vivo el momento en el que una sola caricia puede desatar un mar de pasiones y de sensaciones... esas sensaciones que hacen que tu vista se nuble, que sueltes pequeñas muestras de que estás disfrutando todo el camino que mis manos recorren....

Lentamente recorro con mis pérfidas manos tu abdomen, ese abdomen tan terso que muchos suspiros me ha arrancado... llego lentamente a dos montes coronados con dos puntas deliciosas en las cuales entretengo mi lengua y mis manos por periodos entrecortados sólo para hacerte sentir todo lo que mi corazón quiere expresar a través de mi cuerpo... me detengo... me detengo... me fundo... me extingo en ese momento que he esperado por mucho tiempo...
Por fin... llego a tu rostro... lo escruto de manera constante hasta buscar en tus ojos humedecidos, tu gesto lúbrico o tu boca entreabierta que emana suspiros, buscar ese momento, ese éxtasis puro de un desnudo amor... un amor como el que está creciendo, un amor como el que se hará...

Por fin lo encontré... encontré lo que necesitaba en tu boca... fue entonces cuando la conexión entre nosotros se concretó... nos volvimos uno y nos fundimos en la eternidad de la noche... solamente tu y yo... disfrutando esa pasión desenfrenada, en la que te dejaste enamorar y yo me permití dejar de quererte y empezar a amarte... aunque fuera sólo por una noche...

Soñar... lo sueño... más quisiera vivirlo... pero el sueño me mantiene... pues soñando puedo vivir... mas si lo vivo todavía podré conservar todas las sensaciones que te brindé y que me brindaste... todo eso que por fin se logró crear... una creación hermosa y divina...

3 de octubre de 2007

Una noche en la Eternidad

Me encuentro una vez más con este panorama tan singular de la calle a la que suelen concurrir personas que se quieren abandonar a sus placeres más bajos y dejar atrás todas las preocupaciones que dejan la vida diaria. Me adentro cada vez más en esta cuna de sueños frustrados, de fantasías de una noche, de mariposas sin alas, de princesas sin reino pero con mucha miel para todo el que la solicite.

Llego al lugar de costumbre, y ella me recibe como siempre, en su vestido entallado, un escote que deja entrever dos de los encantos que la poderosísima naturaleza (y la silicona) le proporcionaron; unos zapatos rosas de plataforma, que, según ella, sirven para tornear más sus voluminosas pantorrillas, que sobresalen provocativamente debajo de su proporcionado trasero apenas tapado por el trozo de tela que porta como vestido.

- Una vez que pruebas las mieles del amor, no queda otra cosa más que abandonarte a ellas.

No contesté, sólo opté por botar el seguro de la puerta y dejar a mi acompañante entrar en mi pequeño mundo.

Una vez más me dirige sus miradas furtivas, de las cuales quisiera huir, porque cada vez que ella brinda miradas de deseo no puede ocultar toda la tristeza profunda que se alberga en lo más recóndito de su ser.

Nos dirigimos hacia nuestro pequeño cubil de amor de siempre, un hotel con porte pobre, un encargado gordo y maloliente que nos identifica en cuanto cruzamos el umbral. No hace nada mas que preguntarme con la mirada que clase de aventura iré a tener esta noche.

- Solo serán unas horas, no es necesario que nos registres.

El hombre gigantesco hizo un gesto afirmativo con la cabeza y me lanzó el juego de llaves que casi golpean a mi misteriosa compañera, la tomo del brazo y nos dirigimos hacia ese lugar privado en los que se adoran a los ritos pasionales más simples.

Entramos en la ennegrecida posada temporal, ella en un movimiento impulsivo me arroja sobre la cama de agua y empieza a retirarme la vestimenta. Empieza lentamente desamarrando mis zapatos, liberando mis pies de su cárcel diaria; retira después las calcetas y empieza a masajear lentamente las articulaciones de mis dedos. Cada vez estoy más embriagado por las sensaciones que me produce esta compañera. Empieza a subir tímidamente con una mano entre mis piernas, mientras con la otra mano empieza a desabrochar mi camisa botón tras botón. Su fingida timidez tiene efectos devastadores en mi persona. Preso de una total lujuria la tomo entre mis brazos y arranco de un tajo su vestido, ante mis ojos quedan sus senos, libres de toda pena y colgando graciosamente; empiezo a bajar mis manos a través de su espalda blanca y suave hasta toparme con dos montes por los que cruza un canal. Empiezo a masajear tiernamente sus nalgas hasta que ella me quita los pantalones; después ella baja sus manos hábilmente y toma mi miembro y se acomoda firmemente sobre él, dejándome admirar completamente su silueta mientras el altar de Venus es asaltado por un intruso más.

Nuestro episodio terminó unas horas después, reclamando su paga se alejó sin decir más. Yo quedé tendido ahí, y ahí he de quedarme, hasta que quede totalmente repuesto de toda esta farsa momentánea que un amor mal logrado me ha empujado a cometer. De un momento a otro me siento culpable, culpable por haber utilizado a una mujer para saciar mi sed, cuando la fuente destinada para mí se encuentra enfrente de mí aunque yo no lo quiera ver. Al principio no me comprendo a mí mismo, pero después no tengo ni fuerzas para ponerme en pie, sumergido en una fatal melancolía fruto de los pensamientos que quise borrar en el mismo momento en que la dejé subir a mi auto. He de quedar aquí tendido hasta que pueda comprender que fue lo que en realidad pasó...

2 de octubre de 2007

La Responsabilidad de la Creación

Avanzando lentamente en el automóvil por la calle, me encuentro al llegar a la esquina que la visión está bloqueada por una camioneta malamente estacionada en la misma. Frustrado ante esta situación, me dispongo a avanzar solamente un poco o lo necesario para alcanzar a ver si otro vehículo se acerca; en otras situaciones me habría pasado solamente con detenerme un poco antes de proseguir mi camino, pero en esta ocasión, no llevo la preferencia. Cuál va siendo mi sorpresa que, al avanzar unos pocos centímetros se aparece ante mí un monstruo verde, que sale rampante y furioso de la boca de la calle, lo suficientemente pegado a mi esquina como para alcanzar a rozarle una de sus extremidades de lado a lado, sí, choqué contra un vocho. A simple vista, la colisión fue provocada por la excesiva cercanía que tenía con los demás vehículos hacia su derecha el conductor de esa monstruosidad hecha de acero y plastilina, pero las leyes humanas de vialidad de nuestra grandiosa metrópoli atribuyen que la responsabilidad del accidente recae en mí.

Muchas veces hemos escuchado que se habla sobre responsabilidades: social, legal, ambiental, por mencionar algunas. ¿Alguna vez se ha detenido a pensar, querido lector, en lo que implica esta palabra? Un diccionario común define responsabilidad como “la imputabilidad o posibilidad de ser considerado sujeto de una deuda u obligación; deber de asumir las consecuencias de nuestros actos”, a título personal, creo que la implicación más cercana que tiene la palabra con un ser humano común y corriente es la última: asumir las consecuencias de nuestros actos.

Consecuencias de nuestros actos, pueden ser variadas, desde el hecho de no quitar la olla a presión en la que tu madre cocina esos deliciosos frijoles que luego te crean pirotecnia estomacal, dejar tu camioneta estacionada en una esquina, o simplemente, no hacer algo, puede implicar una consecuencia. Darse cuenta de las mismas no siempre es tarea simple o son fácilmente identificables: “si no le mandas este correo a 58,000 personas se te va a caer los cabellos uno por uno”, podría ser una consecuencia ya conocida –y demasiado burda- , pero hay consecuencias de las cuales no nos podríamos dar cuenta a primera vista. En contadas ocasiones nos encontramos en situaciones que merecen una respuesta rápida, como decidir dar vuelta a la derecha o a la izquierda en un cruce o entronque carretero, cortar el cable azul o rojo, por mencionar unas, ante las cuales no vemos consecuencias inmediatas o tal vez no son tan claras en el momento. Podría pensarse un tanto en episodios de alguna caricatura, como yo en este momento que recuerdo a mi maestro de modus vivendi televisivo: los Simpson. En un capítulo Homero viaja al pasado, momento en el que se le pide que no altere nada, pues eso cambiaría el futuro. Evidentemente con el desarrollo del capítulo nos damos cuenta de que, efectivamente, el simple hecho de romper una rama o matar un molesto mosquito puede cambiar el curso de la historia. ¿A dónde quiero llegar con esta ejemplificación?, a la responsabilidad finalmente: en ese capítulo a Homero no se le recrimina el haber alterado el futuro causado por alguna acción hecha en el pasado, por lo cual, no recae en él responsabilidad alguna, por lo menos no evidente; claro está que es responsable de que los dinosaurios aún existan o que los monos dominen el planeta, más aún, ni siquiera toma consciencia de las consecuencias de lo que está haciendo, hasta que, por razones que realmente no recuerdo en este momento, empieza a destruirlo todo con una rama.

Después del momento cultural simpsoniano, volvemos al tema en cuestión. Muchas veces el ser humano pierde la noción de la responsabilidad al no tener noción de las consecuencias de sus acciones, es decir, la humanidad –en ciertos casos- está cegada de la responsabilidad que debe de tomar por las consecuencias de sus actos. Esto no necesariamente con respuestas inmediatas, pues el hecho de que yo rasque una pared hoy y dentro de 20 años se caiga esa pared matando a 15 personas debido a la raspadura que yo hice anteriormente no necesariamente me llena de consciencia de responsabilidad por la consecuencia de mi acto, pues quizá no me entere que esa pared fue la que yo rasqué.

Literariamente hablando, el escritor escribe –valga la rebuznancia-, muchas veces por mandato, por gusto, necesidad o enfermedad patológica –como algunos mencionan del Marqués de Sade-, pero escribe, y las consecuencias que puede tener su texto, a mi muy humilde opinión son contadas, solamente cuando se remite a que tenga un impacto inmediato –y evidencia del mismo- en sus receptores. El escritor se hace responsable de su creación en el grado que tenga consciencia de las posibles consecuencias que tenga. Retomando un ejemplo anterior, el marqués de Sade no tomó responsabilidad –por sí mismo- por sus textos, la sociedad fue la que lo hizo asumir la responsabilidad del mismo. El escritor pasó la mayor parte de su vida encerrado en la cárcel, y curiosamente –contrario a lo que muchos piensan- no hizo nada de lo que relatan sus libros, hasta donde rezan los registros de la cárcel de la Bastilla, Donatien de Sade estuvo en dicha cárcel a raíz de que uno de sus sirvientes lo denunció por intento de sodomía. Un poco nos hace pensar en que la responsabilidad de la creación de los textos del marqués no la tomó él, sino la sociedad que años después de ser publicados –y leídos- sus textos, le sigue condenando al grado de que se dice que la palabra sádico proviene de su apellido. Poniendo en claro esto, es mayor o quizá en mismo grado la responsabilidad que centra la sociedad en los creadores de piezas, no solamente literarias, que la que los autores se atribuyen.

Albert Einstein, al colaborar con la creación de la bomba atómica, conoció después de su uso que, efectivamente, había ayudado a crear un medio de asesinato masivo para que la sed de sangre humana se saciara en cantidad y casi instantáneamente. Hago una pregunta, ¿es la creación la que provoca las consecuencias, o es el uso que se le da a esa creación? Si me pusiera en el papel de Einstein, diría que encontré un medio de energía que hoy en día nos vendría bastante bien, pero alguien más que ideó la creación de la bomba atómica, diría que encontró la manera de terminar la Segunda Guerra Mundial. Precisamente esa cuestión es la que ocupará unos renglones, ¿es o se hace? El autor de un texto, quizá tomando un título muy sonado de Dan Brown, supongo que el Código Da Vinci fue escrito en primera instancia como instrumento de su autor para contar una historia que se fue gestando en su cabeza, más después fue usado como bandera y fundamento para hacer críticas a la religión cristiana, sus prácticas y centrado mayormente en la salvaguarda de un secreto mítico y la exposición de ciertas prácticas por parte del Opus Dei, una vez más, la tesis de que la responsabilidad la crea el receptor se cumple. Claro que ante la suposición de que el autor debe tomar responsabilidad sobre las consecuencias de la creación de sus obras, se puede tomar la posición de que el autor conozca claramente lo que puede suceder, y eso sea lo que le detiene de terminar –o tal vez iniciar- sus obras. Asimismo, hay creadores que no se detienen ante las consecuencias, tal es el caso de Michael Moore que, a pesar de que era consciente de las consecuencias que podría traer la realización, finalización o publicación de su documental Fahrenheit 9/11 lo terminó.

Terminando este documento, quisiera puntualizar mi opinión acerca de la responsabilidad de la creación. Sea literaria, musical, artística, científica o de cualquier índole, la responsabilidad de la creación recae en su autor, siempre y cuando este entienda la misma y tome consciencia de ella, más cuando es infundada o quizá creada por el receptor, cualquiera que sea, la responsabilidad no es tanto del que creó el asunto, sino del que le malinterpretó. Precisamente, que recaiga la responsabilidad en el que creó la confusión, la consciencia del autor permanecerá tranquila, pero su ego turbado por lo que han hecho con su obra.

"Mi manera de pensar es el fruto de mis reflexiones; está en relación con mi existencia, con mi organización. No tengo el poder de cambiarla, y aunque lo tuviera, no lo haría. Esta manera de pensar que censuráis es el único consuelo de mi vida; me alivia todas las penas en la cárcel, constituye todos mis placeres en el mundo, y me importa más que la vida. La causa de mi desgracia no es mi manera de pensar, sino la manera de pensar de los otros."

-Donatien Alphonse Francois de Sade.