17 de diciembre de 2007

Fotografías

- Cómo extraño todas las noches que pasé contigo...

Se lo dije a su retrato, como suelo hacerlo cada vez que lo rescato del cesto de basura. Después del dolor inmenso, de la cruda mortal que me azota al terminar una jornada con mis tres amigos: Jack, Johnny y James, una vez más rescaté tu recuerdo de la trituradora. Por más que intenté no logré jamás olvidar la promesa de amor que alguna vez te juré en el umbral de tu hogar, en la que prometiste estar, aunque no de la manera que yo deseaba.

Como toda novela barata, todo termina con una boda. Acabo de regresar de ella, mi cabeza aún da vueltas, el cuarto no para de girar, y la sonrisa que sale de ese retrato no deja de maravillarme, tal cual como la primera vez. Incontables fueron las veces que yo creí que te había sacado de mi memoria, mas no dejabas de regresar; estando en los brazos de otras mujeres, todavía sentía que eran tus manos las que me exploraban. Aunque no me guste, peor aún, aunque lo niegue a veces, sigues siendo parte de mí.

Ayer le saqué una radiografía a mi corazón, justo después de que pediste mi final aprobación para darte el adiós definitivo: ese pequeño empuje que necesitabas para dar el sí eterno. Como siempre, te arrojé en los brazos de alguien más, y me quedé deseando que fueras la única estrella en mi cielo.

Finalmente te dejé ir, pero tu fotografía sigue estando en mi repisa...

26 de noviembre de 2007

Cartas a una locura consciente

31 de octubre

Por primera vez me pude dar cuenta de qué es lo que realmente me pasa cuando me miro en el espejo: no solamente puedo escrutar lentamente y en silencio mi semblante, siempre el mismo al observarme, sino que puedo ver de manera muy discreta y un tanto amenazante a todas esas personas que me siguen. No es la única ocasión en la que me he percatado que, aún estando en la privacidad de mi habitación, en cualquier lugar cerrado, siempre hay alguien detrás de mío: muchos, pocos, incluso nadie, pero a la vez un mundo de personas que se refugian pacientemente en ese reflejo lejano del espejo.

Le miro, y sé que me mira, le veo con odio, con estupor, con ira, con muy poca paciencia, él hace lo mismo, o incluso más. Analiza todos mis movimientos, la barba tupida que he estado recortando pacientemente, mi mirada perdida, considerada por muchos como dos pistolas humeantes apuntadas al vacío. Logro mantenerle la mirada, pues a pesar de ser un completo desconocido para mí, en sus ojos veo algo muy parecido a lo que yo expreso con los míos. No encuentro razones por las cuales me sigue: no tengo nada de valor, hago todo lo que puedo lo mejor que alcanzo, no soy una persona excepcional, simplemente soy yo. No lo puedo apartar, a donde quiera que me muevo, aunque no le vea, sé que está presente, su mirada me penetra, me hace dos hoyos tremendos en la espalda, me crispa la piel sentir su presencia.

Me han juzgado de loco incontables veces, pero en esta ocasión yo me sé loco, por eso mantengo la tesis de que mi locura es consciente: sé que me persiguen, nadie más lo ve, pero yo lo siento, es de mi conocimiento, no lo ignoro.

Intentaré no verme en el espejo para no reparar en esa presencia que tanto me atormenta.

7 de noviembre

Logré deshacerme de todos los espejos que había en mi hogar. Afortunadamente desde hace algunos años que vivo solo, así que no hubo quejas ni contratiempos para cumplir mi determinación de borrar todo reflejo de las miradas que me acechan como aves de rapiña, dispuestos a romper con todo lo que hago, a acabar con todas las personas que están alrededor de mí, para finalizar arrojándome a un vacío sin fin, donde finalmente podré dormir sin tener que preocuparme por los asesinos que me cazaron hasta lograr terminar con mi existir.

Sigo sin verme en el espejo, pero las miradas no dejan de taladrarme.

Caminaba pacientemente a visitar a un querido amigo que ya tenía olvidado por diversas vicisitudes de mi vida. Sentía sus pasos a la par de los míos, sentía que su sombra avanzaba cada vez más. Enfrascados en una carrera de unos segundos, logré vencerle hasta llegar con mi querido amigo. Increpando mi larga ausencia de su recuerdo, iniciamos una conversación en la cual no dejó de puntualizar mi inquietud.

- Me vienen siguiendo –confesé.

- ¿Me estarás diciendo la verdad esta vez? Muchas veces he escuchado que te estás volviendo un poco loco, no es nada nuevo, pero me preocupa.

- Aún no me crees, ¿verdad?

- Llegaste solo

Mis ojos reflejaban mi tensión. Mi amigo, con un rictus relajado, no paraba de demostrarme que quería soltar una sonora carcajada, pero se detenía ante mi fama bien fundamentada de volatilidad ante esas reacciones.

Seguí explicando mis confabulaciones, mi neurosis provocada por ese largo sentimiento de persecución, de ver cómo todo lo que hacía se desmoronaba lentamente, como mi amigo, tan querido amigo, compañero de golferías y borracheras, no aguantaba las ganas de reírse estruendosamente ante mi locura, que yo llamaba consciente, pero que desconocía sus límites.

No sé qué pasó, lo único que recuerdo es que uno de los que me seguía a todos lados, me golpeó en la cabeza trepidantemente, dejándome inconsciente, provocando un susto inimaginable en mi gran camarada, que se vio a la merced de ese asesino. Desperté finalmente, mi amigo, con una daga clavada en el cuello yacía entre mis brazos, con un gesto de sorpresa e incredulidad.

Seguramente el asesino era alguien conocido.

14 de noviembre

Lloré desconsoladamente toda la tarde, no solamente por haberme visto envuelto en el terrible final que tuvo ese gran compañero, sino que, en mi cobardía, salí corriendo del lugar, con las manos todavía ensangrentadas, intentando encontrar al asesino que había puesto fin al último suspiro de alivio fraternal que me quedaba.

Lo encontré.

No basta decir que me quedé helado al verle a los ojos, una vez más esa familiaridad me asaltó, estaba en un escaparate de trajes finos, mirándome fijamente, buscando dar explicación con su mirada a lo que acababa de cometer. Todavía no le entiendo, no dice nada, no tiene qué decir, pero su boca está abierta.

Tomé fuerzas y rompí el cristal, le tomé por el cuello y lo estrangulé hasta que su lengua quedó colgando y ya no pude ver nada familiar en sus ojos, lo único que se dejó entrever es mi imagen, dándole muerte, terminando con mi sufrir y vengando a mi gran amigo.

Haber acabado con él no fue suficiente. A la vuelta de la esquina me encontré con alguien más, uno de los cuales seguía al que acababa de triturar entre mis frágiles manos con fuerza sobrehumana. Iba risueño, deshaciéndose en cumplidos hacia una hermosa mujer, que iba coreando sus risas, tomada fuertemente de su brazo, irradiando felicidad con cada risa, con cada gesto, con una sola mirada. Furtivamente, al sentir mi presencia, ese extraño y tan familiar a la vez se volvió a mirarme, para mostrarme nuevamente la hoja de la navaja, escondida debidamente en su abrigo, muy parecido a los que mi madre solía regalarme.

Quise gritarle a esa mujer que se alejara, que viniera conmigo, que la amaba, que dejara a ese monstruo, que yo la cuidaría, pero me quedé helado, mi garganta hecha un nudo no pudo contener las lágrimas que corrieron a raudales por mi cara.

21 de noviembre

- Martina ha muerto.

Sentado en mi sillón, con la mirada fija en ese retrato que nos tomamos hace años, en el que se veía reflejado el amor inmenso que le tenía, la gran admiración y respeto que hacia ella sentía, no podía contenerme. Reía nerviosamente, jugaba con el cigarrillo que tenía entre mis dedos, inhalaba furiosamente del mismo, intentando hallar calma al dolor tan apremiante que me invadía.

Dos pérdidas, la una igual de grande que la otra, ambas cometidas por las personas que me acechaban, caídas primeramente por su incredulidad hacia mi persecución, por no haber tomado consciencia de mi propia locura.

El asesino se encontraba frente a mí, la daga en la mano.

- Con esto atravesé su corazón. Te hice un favor.

Esto fue el acabose. Le di final de la manera más ruin que encontré en mis recónditos recuerdos de las clases de historia: lo tomé por la fuerza, aunque no opuso resistencia. Le amarré al viejo nogal del patio de mi casa, lo azoté con mi desprecio, con mi lengua, le prendí fuego y me senté a ver como calcinaba, mientras lloraba desesperadamente y gritaba su nombre a los cuatro vientos. No hubo curiosos, nadie lloró. De súbito me levanté, me puse el saco, tomé la navaja, y salí dispuesto a clavar.

28 de noviembre

Acabé con todos de uno a uno, no estaba dispuesto a esperar a perder a alguien más: ya me habían arrancado todo lo que amaba en mi vida. Martina, mi querida Martina, tantos momentos que pasamos juntos, tantos días que me ofreciste a tu lado. Juré que jamás olvidaría el momento en que te conocí, y he mantenido mi juramento. De mis amigos no sé nada, al enterarse que, una a una, las personas que estaban alrededor de mí fueron cayendo, todos salieron huyendo despavoridos, ausentes a mi pena, a mi sufrir, conociendo que alguna clase de maldición cargaba yo entre mis entrañas.

Todavía recuerdo el gusto que sentí cuando los tomé por sorpresa, y uno a uno les fui clavando la daga, muy profundo, donde más duele, hasta verlos caer totalmente deshechos. Un desenfreno de sangre y lágrimas, eximiéndome de toda culpa de la atrocidad que cometía: mea culpa. Al son de un viejo rock and roll terminé con todos mis acechadores. Uno a uno fueron cayendo, hasta que me sentí finalmente liberado.

Mi memoria me traiciona, solamente han pasado 4 semanas, pero mi cara me dice que he envejecido por lo menos 4 años. Las paredes de este lugar son blancas, me resisto a seguir en este lugar, me siento encerrado. La gente me sigue mirando, pero en esta ocasión son totalmente desconocidos, ya no les encuentro familiaridad. A cada paso que doy, cada gesto, cada palabra mal articulada, solamente se miran entre sí, murmuran algunas palabras y todos anotan al unísono. Tal vez estén documentando mi vida.

Me llevan todas las noches a un salón completamente en penumbra, me acuestan cómodamente e intentan borrar de mí el recuerdo de todas las atrocidades que esas personas me causaron. Me prohíben fumar, cosa que disfrutaba tremendamente. No paro de gritar por Martina, la extraño horrores, pero ese maldito me la quitó de mis brazos, la sedujo con su gran poder sobrenatural para poder acabarle. Logró su cometido: nos separó.

¿Será por eso que no me dejan salir?, ¿será por eso que me dan electroshock?

5 de diciembre

No puedo ver nada, todo es tremenda oscuridad. Al fondo, una luz, una imagen, una idea.

Escucho los compases de esa canción que hizo que me enamorara de ella. Lentamente sigo la tonada con mis silbidos. Bailo a los compases de una ilusión.

Por fin la veo, hermosa, grandiosa como siempre. Un estallido de electricidad y todo se acabó. Mis manos no me creen lo que les platico, no me habla la razón. Las paredes me siguen encerrando. Quiero gritar, quiero salir, quiero estar junto a ti.

Mi habitación parece museo, muchas miradas me perforan, ellos han regresado. Cada uno tiene una historia que contar, una nueva posición, un nuevo fin, una nueva daga.

20 de noviembre de 2007

Debajo de tu Piel

La fría noche de verano no logar aminorar mi calor, siento como ese deseo recorre lentamente cada fibra de mi cuerpo, como los músculos se contraen, la sangre comienza a circular, se empiezan a nublar mis sentidos prestos a entregarse a ese estallar sin fin de sensaciones, sentimientos encontrados, cólera mezclada con el más puro placer carnal...

Conozco esa mirada singular, más me intriga el rostro que se esconde detrás de él... entiendo y encuentro forma en ese rostro, interpreto el lenguaje de esa mirada, me pierdo junto con esos pensamientos, me realizo con esto

Contemplar tu cuerpo una vez más, sin embargo la última... sentir tu respiración lentamente en mi pecho, apoyando tu cabeza en mí, mi mano cruzando la curva desnuda de tu hermosa espalda crispada por pequeñas perlas que brillan a la luz de mis fulgurantes ojos. No puedo murmurar nada, simplemente me atengo a recordar lo que acaba de pasar e intentar borrar de mi cabeza la idea de que nunca volverás...

-No te vayas-atino a decir.

No contestas, te limitas a mirarme... verme en tus ojos me crea un éxtasis incomparable, sé que me puedo ver en ellos pues esos dos cristales tan hermosos solamente reflejan lo que tu corazón alberga.

Volver, volver... huir, nunca más regresar, olvidar... sentir...

Quiero desnudar tu piel y encontrar tu alma en el fondo de tu cuerpo, sentir tu palpitar y hundirme en esa profunda humedad sagrada, apuntar hacia tu altar de Venus y perderme en las burbujas del sueño, en la huella que quedará de mí en tí por el resto de tu vida...
Solamente soy un momento, una idea fugaz, un sueño vaporizado entre nubes de alcohol, la fiesta terminó... todo volvió a su curso natural...

Te fuiste, en mi cabeza sigue rondando tu cándida desnudez, la circunferencia de tus senos, en los cuales descansé mi estupor... tu fina línea que empieza ahí y termina un poco más al sur, donde solía haber una maraña negra, pero que sensualmente has retirado para deleitar mi vista, mi lengua y por tu comodidad... seguir bajando por tus piernas hasta terminar de verte, para volver a levantar la vista y ya no encontrarte, sólo tener el recuerdo de algo que nunca fue, nunca lo será, pero algo con lo que mi deseo engaña a mi mente y me transporta a un estado etéreo en el que me pierdo en esas sensaciones que no llegué a sentir de tí...

La luz se extingue, el frío arrecia... tú ya no estás... yo me perdí contigo...

13 de noviembre de 2007

El Cuarto sin Razón

Tuve que alejarme una vez más de ese pequeño espacio que yo consideraba mi santuario, salir de todas las columnas de papeles amontonados esperando a que lleguen unos ojos que los puedan admirar, dejar que circule la nube gris que se forma cada vez que ahí me refugio.

Tomé mi abrigo y salí trepidante hacia la calle. Maloliente y poco alumbrada, albergaba un panorama muy poco alentador. Ante tal indecisión de qué rumbo tomar, decidí seguirle los pasos a una mujer que, siguiendo su costumbre casi religiosa, caminaba por ahí solamente para disipar sus pensamientos de amores mal logrados. No fue tan negativa esa decisión, pues por fin pude cruzar algunas palabras con ella.

Independientemente de nuestra charla sin sentido ni finalidad, pude saber que su nombre era bastante común, pero su mirada encerraba tantos enigmas de esos que solamente el corazón puede ver si entiende lo que esos ojos quieren expresarle. Ofrecí acompañarla de vuelta a su domicilio, donde le esperaba su rutina diaria: una cena módica, tal vez algún chequeo de correo electrónico, cruzar algunas palabras con sus familiares y a la cama; aceptó amablemente tomándome del brazo, empezando a hacerme confidencias dignas de un confesionario. Seguimos caminando hasta que por fin llegamos al umbral de su hogar, después de una despedida mustia, la dejé y proseguí en mi andar sin destino.

Después de unos pasos e invadido por un pesar gigantesco, provocado por no poder interpretar lo que los ojos de mi nueva conocida, abrí la puerta de mi cubil: ¿qué me habrán querido decir esos ojos verdes, en los que me perdí por unos segundos? Medité sin cansancio sus palabras, recordé todos sus gestos, pero aún así no encontraba respuesta elocuente al enigma que se presentaba en mi cabeza. Volví por fin a mi rincón, me senté ante la computadora a mi rutina –tal como lo predije con ella-, revisar correos, enviar algunos pendientes y tal vez –solamente tal vez- hastiarme hasta el punto de poder quedarme dormido. No hubo novedad, escribí algunas líneas del texto que estaba preparando y me dirigí a la cocina a asaltar lo pobre del refrigerador. Mi festín culinario duró solamente unos cuantos minutos: un vaso con leche acompañado de una dona hueca que en vez de chocolate parecía pintura de aceite débilmente endulzada. Me rendí ante mi terrible jornada y dormí lo más que pude.

Me sacó del sueño que solía tener unos tenues golpes en la puerta de acceso de mi casa; como pude, me vestí solamente con una bata y salí a ver quién tocaba a mi puerta: eran esos ojos que conocí solamente algunas horas antes, me miraron, los miré, no dije nada, solamente abrí la puerta. Ella entró y se sentó en el sillón –el único, por cierto- y simplemente se limitó a mirarme y sonreír débilmente. Me comió con la mirada unos instantes, se acercó y me besó tenuemente en una mejilla, me tomó de la mano y se acercó a mi oído murmurándome solamente estas palabras: ve a tomar un baño, salimos pronto.

Cual niño obediente de su sacrosanta madre, me metí en la regadera y salí todavía escurriendo, con la toalla amarrada alrededor de la cintura para encontrar a mi visitante frente a mí, viéndome sin pudor, más sus ojos me dieron una señal que sí pude entender –cualquier hombre podría-: deseo. Me vestí torpemente con lo que acostumbraba –unos pantalones de mezclilla, recuerdos de mi juventud no tan distante, una camisa gris y un saco- y me dirigí a la puerta acompañado de ella.

Vagamos por la ciudad el resto del día, nos contamos cosas, nos peleamos, nos contentamos, nos tomamos de la mano, anduvimos por ahí rodeándonos con el brazo el uno al otro. Tomamos asiento en un pequeño café por los rumbos del centro, disfrutando ella una cerveza y yo una copa de vino tinto, mientras nos amenizaba un trío de jazz. Volví a asaltar su mirada, encontrando cada vez más que esos ojos no solamente expresaron deseo hace algunos momentos, me daban respuestas a preguntas silenciosas que siempre me había hecho por las noches, justo antes de quedarme dormido. Platicamos por horas, cada momento que pasaba, que escuchaba alguna vivencia, que me acercaba más a su corazón, más me maravillaba, crecía mi respeto y admiración hacia ese ser que se materializaba en todo su esplendor frente a mis ojos. Dimos por terminada nuestra visita y regresamos cada quien a su lugar de origen.

Al llegar al umbral de su puerta no me pude contener, tuve que preguntar cómo sabía tanto de mí, por qué preguntaba lo que preguntaba; quería, necesitaba saberlo todo. Solamente me miro, me volvió a besar en la mejilla y sencillamente, con una sonrisa maliciosa respondió: me gusta más cuando escribes con el corazón, con la cabeza tiendes a ser redundante y algo complicado. Entró, yo me fui, una vez más, pensativo.

Por fin encontré la fuente de toda su información, su respuesta fue más reveladora de lo que yo esperaba. Todos los papeles amontonados detrás de mí, que alguna vez fueron “inmortalizados” en una dirección electrónica que yo llamo mi diario personal, al acceso de quien sea. Visité ese espacio largamente olvidado, encontrando centenares de comentarios firmados con su nombre. En ese momento descubrí que mi escribir por fin cumplía su propósito: su destinatario lo leyó.

17 de octubre de 2007

Mís Últimos Momentos

Este texto fue escrito por Paula Zamorano, en lo personal, me encantó. Por eso pedí permiso de publicarlo, así que, disfruten

Cuando menos lo pensé estabas ahí. No pude pensar durante varios minutos. Contemplé tu cuerpo, tan perfectamente distribuido, y no pude hacer nada más que sonreír. Me mirabas fijamente, como si trataras de leer lo que pensaba, y en realidad, yo sabía que podías.

Me dijiste que todo iba a estar bien, que me amabas más que a nada, y que si lo necesitaba, llorara tanto como quisiera. Pero en esta ocasión, las lágrimas no pudieron salir. Había una mezcla de rabia, temor y tristeza que se apoderaba de mí en ese momento. Quería salir y gritar. Quería deshacerme de aquel cuerpo del que era esclava y prisionera. Tú sólo me abrazaste y recargaste mi cabeza en tu pecho. Siempre dijiste que mi piel era suave.

No supe cuándo me quedé dormida, pero cuando desperté tú estabas a mi lado, dormido junto a mis piernas. Te miré y pensé cuánto te amaba. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Tenía miedo de dejarte pues, hasta ahora, habías sido lo más importante en mi vida: lo único a lo que me he podido aferrar, la única persona con quien habría querido estar en esos momentos. Me duele amarte tanto, más cuando sé que por fin me desharé de ese cuerpo que tanto me aprisiona.

No te diste cuenta cuando me levanté. Hiciste un ligero movimiento con tu cabeza, percibiendo mis movimientos, pero no te despertaste. Caminé desnuda en la oscuridad, me gustaba la idea morbosa en mi mente, de que sólo la noche y el reflejo vaporoso de la luna podían verme. Me quedé de pie ante la ventana; no miraba nada en especial, mis ojos parecían estar llenos de vacío, con la mirada perdida sin enfocar nada en específico. Nada sucedía en aquel lugar, no se escuchaba sonido alguno. A esas horas de la noche debía de ser común, pero aquel silencio era casi aturdidor. Seguí mirando hacia la nada, meditando tal vez en lo mismo, cuando noté un coche a lo lejos; tenía los vidrios empañados y hacía ligeros movimientos. Poco después, pude darme cuenta de que era una pareja, que tal vez no contaba con una cama o el momento propició que estuvieran ambos en medio de la nada, en un coche que sólo se calentaba con el calor de ambos cuerpos. Era irónico que lo único que haya podido observar fuera eso, pues probablemente estuve toda la noche haciendo lo mismo. Me hizo recordar la primera vez que estuve desnuda frente a ti.

No había sido fácil; recuerdo tus intentos previos para lograr que me quitara solamente la blusa, pero siempre mis ideas recatadas, o tal vez mis complejos, habían sido mayores que el deseo de sentir tu piel sobre la mía. Hubo un día en el que simplemente no pude resistirme, ni tú tampoco, e hiciste que sucumbiera ante tus encantos. Recuerdo haber sentido tu piel tan cerca y tan suave; tus manos sabían dónde y cómo tocar exactamente, para que explotara una bomba de sensaciones que se encontraba justo entre la yema de tus dedos y el poro de mi piel. Desde ese entonces, no había habido vez en donde no aprovecháramos para sentirnos.

Muchas cosas pasaban por mi mente en ese momento; te miraba dormir, con tu cara iluminada por un tenue resplandor de afuera y unas ligeras gotas de sudor que brillaban. Tu espalda descubierta, siempre tan suave y perfecta, yacía entre los pliegues de la sábana. Yo sólo miraba, tratando de crear algún verso que describiera aquella poesía, pero simplemente no podía.

Mi mirada tal vez te despertó, no te sorprendió verme despierta y sonreíste. Me mostraste por última vez aquella perfecta sonrisa que tanto me gusta, y tu mirada que desnuda, aunque en ese momento ya no era necesario. Sabías que era el final, pero no te importó. No derramaste ni una sola lágrima. No emitías palabra alguna, pues sabías que, en aquellos momentos, cualquier palabra sobraba. Te limitabas a tocarme, siempre te dije que eras muy bueno con las manos. Me besaste suavemente, como si me sintieras frágil; recorriste toda mi piel con tus labios y por última vez hicimos el amor. Pude ver una lágrima recorriendo tus mejillas y con tus dedos, cerraste mis ojos.

9 de octubre de 2007

Para tí que no estás

Precisamente por el hecho de que me encuentro aquí

es el por qué de que no te puedo encontrar.

Desde aquella vez que te vi por primera vez,

no he dejado de pensar en ti.

Desde ese preciso momento en el que nuestros ojos se conocieron

no dejo de hablar de ti,

y desde el día en que nuestros labios se encontraron

mi corazón no deja de latir por ti.

Es necesario que confiese todo esto que siento,

porque ya no estás junto a mí,

decidiste partir de mi vida

para buscar nuevos horizontes,

encontrar una mirada y unos labios más tiernos que los míos;

unas palabras que te expresen de mejor manera

todo lo que mi corazón declaraba que sentía por ti.

Te fuiste, fulminantemente,

tomando la decisión precipitadamente sin siquiera decir adiós

ni aún un por qué.

¿Por qué te fuiste?,

¿por qué me has dejado en el abandono, con todas mis ilusiones agonizantes? No conozco el por qué, pero alguna razón tendrás.

Tal vez más grande que el amor que todo mi ser te llegó a jurar

y que tu boca fingió aceptar.

Ahora me encuentro aquí, de nuevo solo,

con mi corazón en mis manos,

buscando alguna razón para sacarte de mis pensamientos

y así encontrar a alguien que sepa valorar

todo lo que hay dentro de mí

y desdeñe a la bestia que encierra el más bello sentimiento humano: el amor.

Recuerda solo esto: no me arrepiento de nada de lo que he hecho,

no voy a olvidar todos esos momentos

en que me hiciste sentir dichoso,

todos esos momentos en que el amor se manifestó

antes de que el último pétalo cayera.

Aquí es cuando me despido, volveré a mi sueño eterno,

esperando que regreses y decidas aceptar

todos los prodigios que mi corazón te quiere brindar...

5 de octubre de 2007

Delicias Húmedas con Calor Seco

Amar... pensar... querer... soñar... te amo cuando no estás, aún más cuando te veo frente a mí, como hoy... pienso que no existo, y cuando pienso que existo sé que existo en tí y tú en mí, pienso que nuestra existencia se resume a una sola, un sólo pensamiento, un sólo deseo, una sola caricia...

Quiero, quiero que me veas, que me sientas, quiero que experimentes cómo mis manos empiezan a recorrer lentamente tu cuerpo, empezando por tus piernas: ese camino que después de elevarse un poco vuelve a bajar para terminar en ese lugar tan preciado, en ese monte de Venus, ese altar en el cual dejo que mi lengua perpetre su sagrario para saborear ese grial santo que tantos secretos encierra y que nos convierte en lo que somos... en dos personas que están juntas... que se volverán en uno solo y que se encuentran en un completo estado de lubricidad provocada por la noche oscura, nuestros deseos carnales y todas esas preguntas que queremos contestar con esto... también quiero que tu me toques, que empieces a sentir mi piel, mis manos, mi roce, mi logro, mi estado, toda mi mente y mi ser, mi ser que apunta hacia ese altar esperando solamente el momento preciso para fundirnos en uno sólo y entregarnos al placer...

¿Sueño?, no... en este momento dejé de soñar... ahora vivo... vivo el momento en el que una sola caricia puede desatar un mar de pasiones y de sensaciones... esas sensaciones que hacen que tu vista se nuble, que sueltes pequeñas muestras de que estás disfrutando todo el camino que mis manos recorren....

Lentamente recorro con mis pérfidas manos tu abdomen, ese abdomen tan terso que muchos suspiros me ha arrancado... llego lentamente a dos montes coronados con dos puntas deliciosas en las cuales entretengo mi lengua y mis manos por periodos entrecortados sólo para hacerte sentir todo lo que mi corazón quiere expresar a través de mi cuerpo... me detengo... me detengo... me fundo... me extingo en ese momento que he esperado por mucho tiempo...
Por fin... llego a tu rostro... lo escruto de manera constante hasta buscar en tus ojos humedecidos, tu gesto lúbrico o tu boca entreabierta que emana suspiros, buscar ese momento, ese éxtasis puro de un desnudo amor... un amor como el que está creciendo, un amor como el que se hará...

Por fin lo encontré... encontré lo que necesitaba en tu boca... fue entonces cuando la conexión entre nosotros se concretó... nos volvimos uno y nos fundimos en la eternidad de la noche... solamente tu y yo... disfrutando esa pasión desenfrenada, en la que te dejaste enamorar y yo me permití dejar de quererte y empezar a amarte... aunque fuera sólo por una noche...

Soñar... lo sueño... más quisiera vivirlo... pero el sueño me mantiene... pues soñando puedo vivir... mas si lo vivo todavía podré conservar todas las sensaciones que te brindé y que me brindaste... todo eso que por fin se logró crear... una creación hermosa y divina...

3 de octubre de 2007

Una noche en la Eternidad

Me encuentro una vez más con este panorama tan singular de la calle a la que suelen concurrir personas que se quieren abandonar a sus placeres más bajos y dejar atrás todas las preocupaciones que dejan la vida diaria. Me adentro cada vez más en esta cuna de sueños frustrados, de fantasías de una noche, de mariposas sin alas, de princesas sin reino pero con mucha miel para todo el que la solicite.

Llego al lugar de costumbre, y ella me recibe como siempre, en su vestido entallado, un escote que deja entrever dos de los encantos que la poderosísima naturaleza (y la silicona) le proporcionaron; unos zapatos rosas de plataforma, que, según ella, sirven para tornear más sus voluminosas pantorrillas, que sobresalen provocativamente debajo de su proporcionado trasero apenas tapado por el trozo de tela que porta como vestido.

- Una vez que pruebas las mieles del amor, no queda otra cosa más que abandonarte a ellas.

No contesté, sólo opté por botar el seguro de la puerta y dejar a mi acompañante entrar en mi pequeño mundo.

Una vez más me dirige sus miradas furtivas, de las cuales quisiera huir, porque cada vez que ella brinda miradas de deseo no puede ocultar toda la tristeza profunda que se alberga en lo más recóndito de su ser.

Nos dirigimos hacia nuestro pequeño cubil de amor de siempre, un hotel con porte pobre, un encargado gordo y maloliente que nos identifica en cuanto cruzamos el umbral. No hace nada mas que preguntarme con la mirada que clase de aventura iré a tener esta noche.

- Solo serán unas horas, no es necesario que nos registres.

El hombre gigantesco hizo un gesto afirmativo con la cabeza y me lanzó el juego de llaves que casi golpean a mi misteriosa compañera, la tomo del brazo y nos dirigimos hacia ese lugar privado en los que se adoran a los ritos pasionales más simples.

Entramos en la ennegrecida posada temporal, ella en un movimiento impulsivo me arroja sobre la cama de agua y empieza a retirarme la vestimenta. Empieza lentamente desamarrando mis zapatos, liberando mis pies de su cárcel diaria; retira después las calcetas y empieza a masajear lentamente las articulaciones de mis dedos. Cada vez estoy más embriagado por las sensaciones que me produce esta compañera. Empieza a subir tímidamente con una mano entre mis piernas, mientras con la otra mano empieza a desabrochar mi camisa botón tras botón. Su fingida timidez tiene efectos devastadores en mi persona. Preso de una total lujuria la tomo entre mis brazos y arranco de un tajo su vestido, ante mis ojos quedan sus senos, libres de toda pena y colgando graciosamente; empiezo a bajar mis manos a través de su espalda blanca y suave hasta toparme con dos montes por los que cruza un canal. Empiezo a masajear tiernamente sus nalgas hasta que ella me quita los pantalones; después ella baja sus manos hábilmente y toma mi miembro y se acomoda firmemente sobre él, dejándome admirar completamente su silueta mientras el altar de Venus es asaltado por un intruso más.

Nuestro episodio terminó unas horas después, reclamando su paga se alejó sin decir más. Yo quedé tendido ahí, y ahí he de quedarme, hasta que quede totalmente repuesto de toda esta farsa momentánea que un amor mal logrado me ha empujado a cometer. De un momento a otro me siento culpable, culpable por haber utilizado a una mujer para saciar mi sed, cuando la fuente destinada para mí se encuentra enfrente de mí aunque yo no lo quiera ver. Al principio no me comprendo a mí mismo, pero después no tengo ni fuerzas para ponerme en pie, sumergido en una fatal melancolía fruto de los pensamientos que quise borrar en el mismo momento en que la dejé subir a mi auto. He de quedar aquí tendido hasta que pueda comprender que fue lo que en realidad pasó...

2 de octubre de 2007

La Responsabilidad de la Creación

Avanzando lentamente en el automóvil por la calle, me encuentro al llegar a la esquina que la visión está bloqueada por una camioneta malamente estacionada en la misma. Frustrado ante esta situación, me dispongo a avanzar solamente un poco o lo necesario para alcanzar a ver si otro vehículo se acerca; en otras situaciones me habría pasado solamente con detenerme un poco antes de proseguir mi camino, pero en esta ocasión, no llevo la preferencia. Cuál va siendo mi sorpresa que, al avanzar unos pocos centímetros se aparece ante mí un monstruo verde, que sale rampante y furioso de la boca de la calle, lo suficientemente pegado a mi esquina como para alcanzar a rozarle una de sus extremidades de lado a lado, sí, choqué contra un vocho. A simple vista, la colisión fue provocada por la excesiva cercanía que tenía con los demás vehículos hacia su derecha el conductor de esa monstruosidad hecha de acero y plastilina, pero las leyes humanas de vialidad de nuestra grandiosa metrópoli atribuyen que la responsabilidad del accidente recae en mí.

Muchas veces hemos escuchado que se habla sobre responsabilidades: social, legal, ambiental, por mencionar algunas. ¿Alguna vez se ha detenido a pensar, querido lector, en lo que implica esta palabra? Un diccionario común define responsabilidad como “la imputabilidad o posibilidad de ser considerado sujeto de una deuda u obligación; deber de asumir las consecuencias de nuestros actos”, a título personal, creo que la implicación más cercana que tiene la palabra con un ser humano común y corriente es la última: asumir las consecuencias de nuestros actos.

Consecuencias de nuestros actos, pueden ser variadas, desde el hecho de no quitar la olla a presión en la que tu madre cocina esos deliciosos frijoles que luego te crean pirotecnia estomacal, dejar tu camioneta estacionada en una esquina, o simplemente, no hacer algo, puede implicar una consecuencia. Darse cuenta de las mismas no siempre es tarea simple o son fácilmente identificables: “si no le mandas este correo a 58,000 personas se te va a caer los cabellos uno por uno”, podría ser una consecuencia ya conocida –y demasiado burda- , pero hay consecuencias de las cuales no nos podríamos dar cuenta a primera vista. En contadas ocasiones nos encontramos en situaciones que merecen una respuesta rápida, como decidir dar vuelta a la derecha o a la izquierda en un cruce o entronque carretero, cortar el cable azul o rojo, por mencionar unas, ante las cuales no vemos consecuencias inmediatas o tal vez no son tan claras en el momento. Podría pensarse un tanto en episodios de alguna caricatura, como yo en este momento que recuerdo a mi maestro de modus vivendi televisivo: los Simpson. En un capítulo Homero viaja al pasado, momento en el que se le pide que no altere nada, pues eso cambiaría el futuro. Evidentemente con el desarrollo del capítulo nos damos cuenta de que, efectivamente, el simple hecho de romper una rama o matar un molesto mosquito puede cambiar el curso de la historia. ¿A dónde quiero llegar con esta ejemplificación?, a la responsabilidad finalmente: en ese capítulo a Homero no se le recrimina el haber alterado el futuro causado por alguna acción hecha en el pasado, por lo cual, no recae en él responsabilidad alguna, por lo menos no evidente; claro está que es responsable de que los dinosaurios aún existan o que los monos dominen el planeta, más aún, ni siquiera toma consciencia de las consecuencias de lo que está haciendo, hasta que, por razones que realmente no recuerdo en este momento, empieza a destruirlo todo con una rama.

Después del momento cultural simpsoniano, volvemos al tema en cuestión. Muchas veces el ser humano pierde la noción de la responsabilidad al no tener noción de las consecuencias de sus acciones, es decir, la humanidad –en ciertos casos- está cegada de la responsabilidad que debe de tomar por las consecuencias de sus actos. Esto no necesariamente con respuestas inmediatas, pues el hecho de que yo rasque una pared hoy y dentro de 20 años se caiga esa pared matando a 15 personas debido a la raspadura que yo hice anteriormente no necesariamente me llena de consciencia de responsabilidad por la consecuencia de mi acto, pues quizá no me entere que esa pared fue la que yo rasqué.

Literariamente hablando, el escritor escribe –valga la rebuznancia-, muchas veces por mandato, por gusto, necesidad o enfermedad patológica –como algunos mencionan del Marqués de Sade-, pero escribe, y las consecuencias que puede tener su texto, a mi muy humilde opinión son contadas, solamente cuando se remite a que tenga un impacto inmediato –y evidencia del mismo- en sus receptores. El escritor se hace responsable de su creación en el grado que tenga consciencia de las posibles consecuencias que tenga. Retomando un ejemplo anterior, el marqués de Sade no tomó responsabilidad –por sí mismo- por sus textos, la sociedad fue la que lo hizo asumir la responsabilidad del mismo. El escritor pasó la mayor parte de su vida encerrado en la cárcel, y curiosamente –contrario a lo que muchos piensan- no hizo nada de lo que relatan sus libros, hasta donde rezan los registros de la cárcel de la Bastilla, Donatien de Sade estuvo en dicha cárcel a raíz de que uno de sus sirvientes lo denunció por intento de sodomía. Un poco nos hace pensar en que la responsabilidad de la creación de los textos del marqués no la tomó él, sino la sociedad que años después de ser publicados –y leídos- sus textos, le sigue condenando al grado de que se dice que la palabra sádico proviene de su apellido. Poniendo en claro esto, es mayor o quizá en mismo grado la responsabilidad que centra la sociedad en los creadores de piezas, no solamente literarias, que la que los autores se atribuyen.

Albert Einstein, al colaborar con la creación de la bomba atómica, conoció después de su uso que, efectivamente, había ayudado a crear un medio de asesinato masivo para que la sed de sangre humana se saciara en cantidad y casi instantáneamente. Hago una pregunta, ¿es la creación la que provoca las consecuencias, o es el uso que se le da a esa creación? Si me pusiera en el papel de Einstein, diría que encontré un medio de energía que hoy en día nos vendría bastante bien, pero alguien más que ideó la creación de la bomba atómica, diría que encontró la manera de terminar la Segunda Guerra Mundial. Precisamente esa cuestión es la que ocupará unos renglones, ¿es o se hace? El autor de un texto, quizá tomando un título muy sonado de Dan Brown, supongo que el Código Da Vinci fue escrito en primera instancia como instrumento de su autor para contar una historia que se fue gestando en su cabeza, más después fue usado como bandera y fundamento para hacer críticas a la religión cristiana, sus prácticas y centrado mayormente en la salvaguarda de un secreto mítico y la exposición de ciertas prácticas por parte del Opus Dei, una vez más, la tesis de que la responsabilidad la crea el receptor se cumple. Claro que ante la suposición de que el autor debe tomar responsabilidad sobre las consecuencias de la creación de sus obras, se puede tomar la posición de que el autor conozca claramente lo que puede suceder, y eso sea lo que le detiene de terminar –o tal vez iniciar- sus obras. Asimismo, hay creadores que no se detienen ante las consecuencias, tal es el caso de Michael Moore que, a pesar de que era consciente de las consecuencias que podría traer la realización, finalización o publicación de su documental Fahrenheit 9/11 lo terminó.

Terminando este documento, quisiera puntualizar mi opinión acerca de la responsabilidad de la creación. Sea literaria, musical, artística, científica o de cualquier índole, la responsabilidad de la creación recae en su autor, siempre y cuando este entienda la misma y tome consciencia de ella, más cuando es infundada o quizá creada por el receptor, cualquiera que sea, la responsabilidad no es tanto del que creó el asunto, sino del que le malinterpretó. Precisamente, que recaiga la responsabilidad en el que creó la confusión, la consciencia del autor permanecerá tranquila, pero su ego turbado por lo que han hecho con su obra.

"Mi manera de pensar es el fruto de mis reflexiones; está en relación con mi existencia, con mi organización. No tengo el poder de cambiarla, y aunque lo tuviera, no lo haría. Esta manera de pensar que censuráis es el único consuelo de mi vida; me alivia todas las penas en la cárcel, constituye todos mis placeres en el mundo, y me importa más que la vida. La causa de mi desgracia no es mi manera de pensar, sino la manera de pensar de los otros."

-Donatien Alphonse Francois de Sade.

25 de septiembre de 2007

No fue suficiente

Mientras caminaba de regreso, cruzando esa vieja vereda que ya daba por perdida, olvidado el camino por el cual iba a regresar, sintió como un viento rampante cruzó por su frente y, acto seguido, se oyó un golpe seco a sus pies; no detuvo la marcha, solamente se limitó a observar el objeto que acababa de caer y que casi lo golpea, murmurar unas palabras y seguir adelante.

No meditó lo que acababa de pasar, esa guayaba que estuvo a punto de causarle una erupción verborreica de malas palabras, improperios hacia el pobre fruto que no tenía la culpa de caer, de estar en ese preciso momento a escasos centímetros de su cabeza y vencer la débil rama que le sostenía a su árbol. Los momentos en la vida no se escogen, más esta persona puede elegir el lugar que desea ver. Si no reparó en el hecho de que esa guayaba, específicamente esa estaba a punto de golpearle y provocar una reacción en cadena que pudo terminar en cosas peores que una injuria, fue el hecho de que estaba ansioso por llegar a su destino: se encontraba a escasas cuadras de su santuario, del lugar que acababa de descubrir hace poco tiempo, un espacio en el cual podía sentarse a meditar decenas de lugares, pasados y presentes, poderlos apreciar y analizar completamente. Tal como lo dijo Borges, había encontrado su Aleph.

Encontrando a un amor largamente perdido, que se fue a Tijuana dejándole solamente una nota con un te quiero, verla cargando una criatura que le traía muchos recuerdos, demasiadas imágenes que le parecían conocidas; ver a su madre que dejó en Guadalajara, que aún seguía arreglando su casa, pues nunca estuvo conforme con su aparente limpieza; a su padre, con su infaltable copa de tequila en su mano, mirando el fútbol dominical, con los ojos llenos de ilusión, esperando ver al Atlas campeón. Miles de cosas ha podido observar, pero aún así, sigue buscando algo más, algo que le quite la inquietud que le ha marcado por mucho tiempo: dónde está ella. Su prisa, esperando que esta vez tenga la suerte de encontrar en ese preciado artificio que descubrió en el rincón superior de su recámara, tras una noche como tantas de eterna melancolía, sumido en dudas existenciales que no ha podido resolver en sus años de vida; solamente tuvo que levantar la vista, mirar hacia ese punto perdido –que, a su parecer, nunca le había prestado tanta atención- y verse cuando era niño, disfrutando de un helado en el parque Morelos en un día caluroso como los de hoy. No lo pudo creer, seguida a su imagen empezó a encontrar personas anteriormente perdidas, o incluso desaparecidas: compañeros de escuela, amoríos fugaces, enemigos, acompañantes de juerga… después de ese día, no perdía ni un solo momento para llegar a su cuarto y empezarla a buscar.

Intento varias noches, siguió sin dormir, más cambió su melancolía por añoranza, por un sórdido momento en el cual la pudiera ver. Finalmente el creía que este preciso día esto iba a suceder, por fin, se podría sentar ante su Aleph y contemplarla, a ella, al peor de sus triunfos, al mejor de sus fracasos. Se acomodó en su sitio de costumbre, sintió ese sentimiento que es anterior a la salida a escena, al anuncio del premio, al inicio de la exposición, al entrar al examen; el Aleph cumplió su deseo, se la mostró.

La caída de la guayaba no fue suficiente como para evitar que se destrozara.

24 de septiembre de 2007

La Prima

Y no a la que se le arrima señores, con este post declaro formalmente inaugurado este nuevo espacio, al cual ya hice referencia hace unos minutos en mi antiguo blog (http://wheredemonsgetdrunk.blogspot.com/)

Espero que en este espacio si me atenga a la publicación de unos cuantos textos ya más orientados a la literatura: ensayos, disque poemas, disertaciones, historias, cuentos, entre otros. Al igual, extiendo la invitación para que aparezcan textos de quien lo desee, solamente que me contacte y nos arreglamos. También no lo voy a negar, voy a publicar algo que me agrade de alguien más, con sus respectivos créditos.

Abriré este espacio con un texto que desarrollé ya hace un mes aproximandamente, el cual está titulado:

LAS 10 COSAS QUE MENOS ME IMPORTAN

En realidad las primeras líneas de este texto, como muchos, son las más difíciles y poco clarificadoras. Esto en primera instancia porque, muchos al leer el título, podrían llegar a pensar o incluso a caer en conclusiones apresuradas acerca del contenido del mismo: ¿acaso será producto de una cadena de correos electrónicos?, ¿tenemos un nuevo adepto a la crítica social por medio de las letras?, ¿estará tan sumido en su depresión y/o enojo que tuvo que caer en las redes de una confesión que probablemente a los que van dirigida nunca la leerán o siquiera sabrán de su existencia?; en fin, prosigamos con esto, que entre más rápido terminemos esta verborrea mejor.

Dado que, primeramente, la opinión de los demás es lo que menos nos preocupa al intentar explayarnos en un texto cualquiera, una canción, una pintura o incluso una protesta pintoresca en la explanada de catedral, sobre todo si lo queremos hacer por gusto y no por impresionar, pondremos de lado todas las cuestionantes anteriormente hechas y que pueden surgir entre los lectores, así como su mera opinión hacia mi persona y las cosas que hago, comentarios y demás situaciones que puedan atañer al humilde escribano que tipea estas líneas pacientemente en su computadora, que además no le causan dolor o sensación alguna, sino que, en ciertas ocasiones, hasta risa causa.

Continuando con el tema que me mantiene ocupado unos pequeños momentos de esta tarde en la que me encuentro un poco adolorido de las piernas (“seguramente es la edad”, suele decirme una amiga muy querida), pensar en una cosa que menos me importe fue una tarea titánica –incluso en estos momentos lo sigue siendo-, pues me tomó algo de tiempo darme cuenta en el error que se cae constantemente: la malinterpretación. Pensando primeramente en cosas que no me importan, separar el no de un menos fue un paso meramente sistemático si se puede pensar así.

Así como la malinterpretación fue problema mío, hay ciertas elecciones que en realidad no me importan, tales como el color de la ropa interior. Conozco muchas mujeres que se detuvieron de comprar el accesorio íntimo nada más por su color, claro está que en ese sentido las mujeres nos llevan mucho terreno por delante en cuestiones de colores, formas, combinaciones de los mismos, etc. pero en un hombre (como yo), el color realmente me es indiferente. ¿Cuál es el problema con usar un boxer naranja fosforescente si, normalmente, nadie lo ve o se preocupa por ello? Estoy de acuerdo que en muchas ocasiones no falta el metiche, el o la de la mirada perdida que se encuentra con esa parte de mi fisonomía, pero, ¿y? en todo caso, digan lo que digan, sigo con mi premisa número 1.

Por decir cosas que menos me importan, podría ser que me interesan de cierta forma, pero en un grado mínimo casi imperceptible, que eventualmente saldrá a la luz. Puesto en claro lo anterior, creo que la siguiente cosa que menos me importa es la crítica hacia la música que escucho. Si en alguna ocasión el lector echara un vistazo a mi biblioteca de música –tanto la que hay en mi casa como la que tengo en mi computadora personal-, seguramente se encontrará con cosas muy peculiares, sobre todo, que me apasiona el metal en casi todos sus géneros. Esto, sobre todo en mis primeros años de preparatoria, me logró fama de satánico, drogadicto, miembro de sectas oscuras, etc. cosa que, como puntualicé al principio, realmente no me importa. A pesar de que esta razón está estrechamente relacionada con la primera, tiene un punto que la disocia un poco, pues lo que no me importa no es completamente lo que se diga de mí, sino lo que se dice de la música. Muchas veces mi padre me ha dicho que, cuando llega y estoy escuchando ese tipo de música –por lo general se refiere a cuando escucho black o doom metal- siente como si estuviera entrando al infierno. ‘Se te va a aparecer el chamuco’, me ha dicho en varias ocasiones, pero lo que tiene esta música que hace que sea uno de mis géneros predilectos, a pesar de que se le tache de mil y un cosas y se crea –tontamente- que crea ciertas actitudes entre la gente que la escucha, es su contenido tanto en sonido como en lírica, pues contrario a los cánones más populares que realmente normativos de la miscelánea musical, sentimientos como el amor, odio, orgullo, pasión, se trasladan a atmósferas un tanto oscuras al igual que míticas, cosa que lo hace muy rico en expresión.

Volviendo a mi navegar en introspectiva intentando encontrar algo más que pueda servir al documento, realmente es difícil encontrar algo, pues si fueran momentos de ocio probablemente saldría con más fluidez. Misteriosamente, una amiga me hizo una pregunta que curiosamente me hizo recordar algo más que casi no me importa: los hábitos alimenticios de los animales. Mi amiga me preguntaba si el café le hace daño a los perros, a lo que respondí, de la manera más respetuosa posible: ‘la verdad, no sé y no me importa’, ¿por qué? En particular los perros me desagradan, debido a pequeños altercados que tuve con ellos cuando era un niño pequeño, agregando el hecho de sencillamente no me llevo bien con ellos, me incomodan.

La era de la televisión estúpida está en boga, cosa que nos llena de información altamente innecesaria, lo que me lleva a decir simplemente que la vida personal de los artistas realmente no me importa. Yo pregunto, sinceramente, ¿de qué le sirve a doña Chuy saber quién anda con Niurka, o de quién es el hijo que espera Salma Hayek?, ¿de qué me sirve saber si a Lis Vega –Lis, así lo escribe ella o ese será su nombre artístico, no lo sé- es aficionada a la cerveza? Creo que el lector ha de tener una inmensa sonrisa al leer esto, pues, si no te importa, ¿por qué mencionaste tópicos específicos?, la respuesta, como siempre, es simple: ley de Murphy. Curiosamente, al ser uno de los temas que menos me interesan, es uno de los cuales me empapo debido a que tanto mi madre como mi tía son asiduas a programas como Ventaneando, así que, desgraciadamente en mi caso, como en el de muchos otros, regularmente por mi cabeza ronda un cúmulo de datos e informaciones que realmente son innecesarios.

Retomando un poco el tema televisivo, últimamente nos hemos visto rodeados de historias desgarradoras, cursis, novelescas y un tanto inútiles para un ser humano pensante –o eso digo yo- como su servilleta, con lo que digo, ¿a mí que me importa si Timmy necesita una operación que será costeada si reenvío el correo a todos mis contactos?, por eso señores, la desgracia ajena puede ser un tema que a muchos no nos importa, con lo que me incluyo. Ahora bien, considerando como desgracia ajena todas esas historias que no hacen mas que llenar espacios en columnas, en bandejas de entrada de correos, en noticieros de la televisión, que por lo general suceden en un África desolado y devastado, que simple y sencillamente no tienen cabida en mi consideración, pues, sería algo tonto pensar que puedo hacer algo por ellos. Aquí dirán que hay programas de ayuda y muchas más cosas para hacerme caer en cuenta que en realidad sí puedo hacer algo por ellos, pero simplemente digo, que lo haga o no realmente no hará una diferencia. Creo que la mejor manera de ayudarnos los unos a los otros es no estorbarnos, simple y llanamente, más que dinero, la gente que verdaderamente es apta o tiene habilidades para ayudar a esa gente de alguna u otra manera, sí podría preocuparse por ello, o siquiera importarle, a mí, no me importa en el grado que sé que yo, Octavio Aguirre, estudiante de administración financiera, no puedo hacer nada en este momento por ellos. No señor, no tengo mal corazón, simplemente soy cruelmente realista.

Como antes mencionaba, los mails basura abundan por la red diariamente, desde las maldiciones o amenazas de muerte si no le reenvías el correo, la promesa de que la persona que más te gusta por fin volteará a verte o de que te ganaste un viaje a Disney, han pasado un poco a segundo plano, sobre todo en gente de mi generación. Después de haber aprendido la lección al ver que nuestro amor platónico seguía ignorando que existíamos, que nunca vimos en las noticias que Timmy recibió su operación o que se atrapó al asesino serial de Plaza Galerías, decidimos voltear a reenviar correos con información altamente necesaria. Señores, no niego que si pases buenos ratos viendo datos como que en Las Vegas despidieron a varios empleado de hospital por apostar con las horas de muerte de algunos pacientes, o de que las hormigas no duermen por mencionar algunos, pero ¿va a cambiar mi vida saber que hay más probabilidades de que me mate un rayo que un terremoto o una erupción de volcán? nada más falta que el cerro del Colli, que queda relativamente cerca de mi humilde domicilio, irrumpa en explosiones y nos mate a todos los que vivimos aledaños a esta zona. Mucha gente puede llamarlos datos curiosos, y su uso, para mi gusto, no sale del chascarrillo en una actividad social o para apantallar al que se deje.

Curiosamente este documento me ha hecho recordar ciertos pasajes de mi vida, uno de ellos muy peculiar: en una ocasión en la preparatoria, mi grupo de amigos y yo decidimos no entrar a la ceremonia religiosa que ese día se celebraba en el patio de la escuela, haciendo uso de nuestro derecho de elegir estar presente o no en ella –claro, con su respectiva ‘ausencia de clase’- porque muchos no compartimos los ritos o preceptos del quehacer católico en cuanto a sesiones de alabanza y demás. Permanecimos durante la ceremonia en la cafetería, en tanto que se nos requirió regresar a la misa por parte de una maestra que, cabe resaltar, no lo hizo de la mejor manera posible; al ver fallido su intento, fuimos reportados a subdirección, lo que causó nuestra suspensión por lo que restaba del día. Por tanto asuntos de índole religiosa que tengan que ver con la práctica de la creencia no entran en mi lista de prioridades por cuidar, sencillamente vivo la idea de una fuerza suprema a mi manera, tomando algunos preceptos de la fe católica –cosa que algunos dicen que hace de mí ‘un ateo por la gracia de dios’-, si causa alguna controversia, con gusto podríamos tener una charla acerca de eso, pero eso será reservado a otro momento. Por cierto, ese día que fui suspendido me la pasé muy bien.

El ser humano pasa por ciertas etapas, llamémosle inocencia infantil, locura frenética adolescente, la locura controlada y un poco consciente de la juventud y la permanente en la adultez-vejez. Cada etapa trae consigo ciertas cosas que ‘se esperan’ de ti, buenas calificaciones, éxito en la vida, un@ novi@ o pareja –dando cabida a las preferencias sexuales de cada quien- y demás. Cosa que realmente no me preocupa, es a lo que llamo lo que ahora toca, es decir, realmente no me importa que, socialmente, en un joven de mi edad ya se espere que tenga una pareja, sea para largo plazo o no, que trabaje o que se desempeñe en algo: si no tengo pareja en parte es por mi elección, y si no trabajo es porque aún no encuentro una oportunidad que me satisfaga del todo para poder empezar a desenvolverme en el ámbito laboral. Dejemos de lado eso, sencillamente, no me importa lo que la sociedad espera de mí, le doy más importancia a lo que yo quiero de mí, tanto en estos momentos como en los que vienen.

Por fin hemos llegado al final, al fin ha terminado, estimado lector, de tener que aguantar todo el vómito cerebral que parece este documento, sinceramente no espero que sea de su agrado, mas lo que sí espero es que encuentre entre estas líneas un poco de alivio a su sentir de locura, pues, en un mundo de locos, ¿quién es el cuerdo? Finalizando un poco esto, si trasciende o no, si se lee o no, si se critica o no, no me importa, pues a fin de cuentas, si nadie lee lo que escribo, no me siento mal, pobres de los que se lo pierden.