3 de noviembre de 2009

Manifiesto gustista

No descubrí que me gustaba fumar hasta que compré mi primera cajetilla. El alcohol se hizo uno de mis acompañantes de fin de semana cuando empecé a procurarlo. Mis amistades son lo que son a partir de que tuve la conciencia de que compartía mucho con ellos. Por eso, tardé algo de tiempo en darme cuenta de que una mujer me gustaba.

Desde que tengo uso de razón, incontables cosas han ido gustándome sin darme cuenta. Hay muchas de estas que empezaron con un "no" o incluso con un "¿estás loco? ni de pedo". Eventualmente, se hicieron vicios interminables. Es bien conocida mi afición a fumar, así empezó todo: de nada sirvió declararme incontables veces en contra de algunos de los vicios malignos -pero, ah, qué placenteros resultan en ocasiones- que tienen los humanos. Eventualmente, tenía que caer. En fin, bien dicen que si no puedes contra ellos, úneteles.

En los años mozos era fácil darse cuenta cuando a uno le gustaba una fémina: bastaba con ver un par de senos prominentes o una cara bonita -claro, siempre y cuando los uniformes escolares lo permitieran-. Declaraciones de amor que terminaban en un partido de fútbol, la carrilla que se empezaba a gestar por juntarse con el "bando contrario" y las demostraciones dignas de la película más cursi derrama miel de la cartelera veraniega: eso es el amor de secundaria.

Pasan los años y las cosas cambias. O no son necesarias ya las curvas y la cara bonita o tienen que ir adicionados a otras situaciones: gustarles los mismos grupos fresitas/disidentes de moda, gustos parecidos en ropa y en lugares donde "pasar la tarde". Cercanía con el domicilio -enfrentémoslo, pocos han sido los agraciados con automóvil en sus primeros años de prepa- eran las características que dominaban. El tiempo pasa, uno cambia -y hay cosas que no puedo cambiar- por lo que todo se distorsiona de una manera rara pero comunmente estudiada. En una ocasión, se acercó un compañero a compartirme la confidencia de que le gustaba una chava que solía juntarse con sus amigas cercano a nuestra zona de fumar. La pregunta obligada -o ni tanto, será que me dio un achaque de vejez a tan temprana edad- fue: "¿cómo te diste cuenta?" Obvia decir que no pudo responder la pregunta, solamente se abalanzó sobre ella para ser feliz por unas cuantas horas -lo que le duró el noviazgo, después de un cuasi cortejo en el cual no había nada claro-.

Para mí, el saber que me gusta una mujer fue cambiando. Fruto de las tantas reflexiones que hago en la banca que estoy sentado -ahora no hay bullicio, hay una calma con un eco de ciudad en un intento de bosque en el cual se añoran más las sombras que nada- es esta: ¿cómo me di cuenta que me gustas? Notarán que parece que la pregunta tiene destinatario. Una de las cuestiones más grandes que he tenido que resolver es dar cuenta de mis sentimientos: cosa rara, estúpida e inútil, si se le piensa fríamente, pero que puede dar tanta claridad en algunos asuntos. Todo esto viene derivado de un amorío infructuoso y no realizado que tuve. Esa, precisamente, fue la pregunta que acabó con todo.

No quiero exaltar todas tus cualidades. Puedo decir que me gusta cuando traes el pelo suelto, que sonrías casi de todo y que te des tiempo de ser seria. Que te guste cultivarte intelectualmente y que demuestres también interés en tu imagen externa -afortunadamente no raya en la vanidad extrema-. Podrían pensar que pasaría los siguientes teclados diciendo que los nervios me atacan cuando me haces una pregunta directa o cuando por una extraña razón posas una de tus manos en alguna parte de mi fisonomía. Puede que tengan razón, puede que nunca lo sepan. Bien puedo dejar de escribir aquí, pararme e irme a un lugar donde no me esté atozigando tanto el sol. O bien, podría nunca decir el por qué me gustas tanto. Descúbrome constantemente buscándole. Inconscientemente necesito su presencia y noto su ausencia. Toma mucho tiempo aire en mi cabeza su nombre. ¿Será así de sencillo? Sería necio continuar con estas líneas. Estoy declarando un concepto, no confesándome. Es, sencillamente, no me importa desperdiciar el tiempo contigo, al contrario, quiero hacerlo.

Darse cuenta. Recuerdo muchas mujeres que llegaron diciendo: "creo que le gusto a Fulano".

¿Apoco no te diste cuenta?