3 de diciembre de 2009

La Caída

Las perspectivas desde las alturas suelen presentar imágenes que nos pueden hacer sentir a la vez dueños del mundo y ser, por unos momentos, parte mínima de un panorama enorme. Estar en la punta más alta de un edificio es como estar en la cima del mundo: solamente los que han logrado algún éxito o reconocimiento –legítimo o no- pueden visitar estos cielos terrenales.

Así es como me encuentro aquí, mi maravillosa oficina, desde donde puedo ver a todos desde arriba. Al contrario de Napoleón, que dispuso su tumba de modo que cualquiera que quisiera verla tuviera que invariablemente inclinarse ante él, a mí me gusta que me vean hacia arriba. Todo el que voltea a ver al cielo, busca algo, pregunta por qué. Ese por qué, soy yo, la muestra latente de todo lo que he tenido que hacer para llegar a donde estoy. La historia de mi odio ya se contó. Esta es la historia de mi caída.

No es cierto que todo lo que sube tiene que bajar. A pesar de que te estoy contando mi caída, querido lector, esto no quiere decir que descendí al más bajo nivel –donde, irónicamente, empecé- y me estrellé para reventar en mil pedazos. Dejar una masa informe en el suelo, rodeado de curiosos. No, esos asuntos no me gustan. Nunca me han gustado las luces de los reflectores sobre mi cara –ni ninguna parte de mi fisonomía-. Desde que llegué aquí la prensa e interminables parvadas de estudiantes han invadido mis puertas para preguntarme la razón de mi éxito. Ellos no saben que odio. Simplemente se ven encandilados por la luz que los ciega cuando voltean hacia arriba. Justamente se les olvida que yo fui una vez uno de ellos. Mirando siempre las alturas, añorando su blancura. Pocos recuerdan su origen cuando llegan a la cima. No soy la excepción.

He destruido despiadadamente a todos los que se han atravesado en mi camino. Nunca he tenido reparo en hacer todo lo que hice. Fuego, gloria, cómplices, sórdidos lugares, torturas fetichistas. Todo lo que mis enemigos merecían –y lo que no- pude infligir sin temor alguno. Jamás me ha azotado el remordimiento de conciencia –como si tuviera alguna-. Ahora, años después, que ya no tengo nada más a dónde escalar, es cuando me doy cuenta que no destruí al primero, a la fuente de todo.

En mi caminar me he encontrado con incontables émulos que solamente se quieren cubrir con mi gloria. Creen que son los primeros, o que podrán mejorar lo que alguna vez hice. No entienden que esto no es fácil. Tuve primero que deshacerme de todos esos sentimientos que mis padres sabiamente reprimieron. Soy un producto del sistema, ellos solamente son arropados por la sombra de mi figura. Ese carro chamuscado, aquella explosión, las mujeres, el alcohol. Los patrones no se repiten, a mi me crearon y rompieron el molde. Ilusos, siguen volteando para arriba.

Fumo despiadadamente, mis ojos reflejan exactamente mis sentimientos. Mi traje hecho a la medida –uno de los gustos que tuve que adquirir gracias a mi rápido asenso- me queda grande. Los exquisitos ventanales que adornan mi oficina, la vista imponente, todo me parece ya vano. Yo mismo soy motivo de mi odio. Todo empezó desde la primera escalada. Sí, pude eventualmente destruirlo. Me ayudaron –si ayuda se le puede llamar a alguien que actúa por cuenta propia pensando en el bien propio y derivando en una ventaja para ti- a llegar a donde estoy, y aún así no me siento agradecido. Soy un barullo de ideas inconclusas.

Siempre he necesitado de un némesis. Alguien a quien destruir. Mi naturaleza es así: la supervivencia del más fuerte. Cualquiera que me viera, podría decir fácilmente que soy más fácil de quebrar que un palillo. No saben que ese palillo tiene astillas. Podré parecer frágil, pero esa fragilidad fue la que me dio las armas para lograr todos mis cometidos. Maquiavélicamente, justificando mi fin, procurando los medios. Cualquiera que ha tenido la idea de estar sobre mí, o que yo lo haya percibido así, ha tenido que caer; jefes, capataces, superiores, gobernantes, todos han sucumbido ante mi odio. Es el motor que me mueve, es mi sol, es mi gasolina. La sangre que corre por mis venas clama la de esos seres.

He llegado a su cielo, lo he conquistado y reino en el. Han dicho que es mejor gobernar en el infierno que servir en el cielo. Temo decirles que ese cielo se convirtió en un infierno personal; el infierno que yo tenía planeado para cada quién. Ahora sé lo que siente dios cuando saca su lupa y nos tortura. No necesita hacer mucho, mover un dedo basta. Solamente cuando se está abajo es cuando se tiene que trabajar más. El sudor de mi frente en los principios se convirtió en el vino que plácidamente disfruto mientras se realizan mis planes. Cual soberano, tengo seguidores. Manadas de perros mendigos que buscan las migajas que caen de mi mesa. Magnánimo me llaman algunos. Los veo y me dan asco.

He reinado placenteramente por mucho tiempo. Todo por lo que antes peleé –vino, mujeres, sobre todo a mi tía- llega a mí sin siquiera pedirlo. Tengo todo lo que un hombre normal puede desear. Simplemente no tengo lo que el hombre común tiene en abundancia. El equilibrio se ha roto. He llegado a donde quería, y ya que estoy aquí, me doy cuenta que todavía hay un paso más qué dar. Es hora de abrir las ventanas, está muy sofocado aquí. Mi secretaria entra sin tocar, me encanta verla. Una mujercita apenas, siquiera tendrá los veintidós años que puso en su solicitud. Esas carnes tan frondosas, cómo ver y no tocar. Me pasa la agenda del día, como siempre, con alardeos de coquetería. Así como algunos destruimos para seguir, ellas destruyen a su manera. No cabe duda que el título de profesión no se gana solamente en las calles –ni en las universidades-. Su escote pronunciado, ella sabe que lo estoy mirando. No es necesario imaginar, ya lo he visto. Sigue creyendo que metiéndose en mi cama o abriendo las piernas encima de mi escritorio podrá decir que está a mi mismo nivel. Cariño, estás en la cima, pero no vives en ella. Que se vaya, no se me antoja su sexo. Por más esfuerzos que hace, no puede hacer que la lujuria tome posesión de mi cabeza. Esto es más importante que el vaivén regular que tengo con ella.

Una agenda repleta. Un montón de caras que repudio. No soporto verlas ni de cerca ni de lejos. Me causan repulsión. Mi escritorio está mandado hacer de manera que haya una barrera infranqueable entre ellos y yo. Sienten que somos de la misma calaña, pero no estamos ni siquiera cerca de ser ni de la misma especie. Determinado, tomo el teléfono y le indico a la seguidora que guarda mi puerta que no quiero ver a nadie, que cancele todas mis citas. Accede, pregunta si se me ofrece algo más. Se me ofrece que te vayas al carajo. Cuelgo, cierro con seguro mi oficina. Ataco el bar que me gusta tener bien aprovisionado. La primera copa baja cual gato en reversa. Me hace carraspear. Otro cigarrillo. Camino de un lado a otro. Parezco animal enjaulado. Adiós saco y corbata, me quedan ya grandes.

Estoy fuera de mí, parece que no me entiendes aún. He empezado desde abajo, ahí, donde estás tú. Desde tu abismo me estás mirando en este momento. Estás añorando todo lo que tengo, todo lo que he hecho, todo lo que puedo hacer. Todos se preguntan por qué miramos el cielo, buscando en vano, preguntando por qué. ¿Quieren respuestas? Todos queremos ser aquello que no nos atrevemos a serlo. Podrán decir que yo me atreví, pero están terriblemente equivocados. Están jodidos, son una porquería. Yo estoy aquí porque alguien más estaba aquí. Es la historia de mi odio desmaterializar a cualquiera que se ponga en mi camino, en mi propia escalera de Jacob. El venció al ángel, yo lo vencí. No se dieron cuenta que yo también era un ángel. Cómo un hombre puede vencer a un ángel si no es siendo él mismo uno.

Desde mi cima, me doy cuenta que tengo un nuevo némesis. Me mira fijamente en el espejo. Utiliza esos estúpidos trajes que nunca me gustaron. Soy un esclavo, esclavo de ese personaje. Me aterra, me hace vomitar bilis todas las noches. Se bebe mi alcohol, se coge a mi mujer, a mi secretaria, a todas las viejas que me he encontrado. Vive mi vida, fuma mis cigarros. Dice las mismas pendejadas que yo, solamente de una manera más poética. Parece que estuviera educado, siendo que nunca dejó de ser el personaje diminutivo que tanto aborreció, por el que derrumbó a su primer enemigo. No ha acabado. Por eso estoy fumando como loco, por eso bebo, por eso he corrido a mi secretaria. Por fin está aquí, lo he acorralado. Siguiendo sus mismos pasos, aquí te tengo. El ángel que venció al ángel ha conocido al nuevo Jacob.

Todo, todo ha terminado. Todo ha acabado. Es momento de despedirse, pero antes tengo que hacer muchas cosas. Al diablo la tecnología, el papel es más dramático.


A la mañana siguiente, se leía una nota en un periódico de alta circulación en la ciudad:

“Ayer por la tarde, uno de los más notables empresarios ha decidido quitarse la vida saltando desde el balcón de su penthouse, localizado en una de las zonas más lujosas de la ciudad. La policía ha empezado investigaciones del suceso, manteniendo la teoría de suicidio dado a que fue encontrada una nota póstuma en su oficina. La secretaria menciona un comportamiento inusual en su jefe. El bar de la oficina estaba vacío. No se han querido revelar datos personales del empresario, ya que era muy conocida su reserva y taciturnidad en estos temas. La carta será publicada a petición suya en este diario la semana próxima.”