11 de junio de 2008

Cigarrillos

Este es un pequeño ensayo que escribí para una clase en la Universidad, titulado Yo fumo, el fuma, yo soy libre, tu también. El tema es la libertad, enfocada principalmente al tabaquismo. Disfruten. Está abierto a discusión.

Estando en una clase en la universidad, alguno de los alumnos que estábamos ahí presentes reprendió o cuestionó al maestro por su hábito de fumar. En todo caso, a mi percepción no fue por el hábito, sino por los momentos que escoge para fumar, que son intervalos pequeños de clase, el inicio de la sesión o el final de la misma; ante tal aseveración que hizo mi condiscípulo, el maestro respondió algo que me llamó mucho la atención y que cito íntegramente: “no fumes, no tomes, no te desveles, no andes con mujeres fáciles, no tengas vicio alguno... y morirás muy saludable”.

¿Qué es la libertad? Tal vez muchas veces nos lo hemos preguntado, pues nuestra naturaleza humana nos manda ser curiosos, y estamos dotados de inteligencia precisamente para eso: para cuestionarlo, dudar y encontrar la verdad de todo lo que tenga certeza alguna o que pueda ser catalogado como tal. Respondamos primeramente a la pregunta con la siguiente definición: “la libertad es un instrumento de la voluntad natural que permite la elección de medios para alcanzar la felicidad, que es el fin último del hombre”. ¿Qué podemos observar en esta respuesta? De manera concreta sólo dos cosas: una, que la libertad es un instrumento, y como instrumento sirve a fines propios; dos, que la felicidad es el fin último del hombre, felicidad que puede ser atribuida tanto a realización personal, acumulación de bienes materiales, o metas tan pequeñas como las de empezar un negocio propio, aprender a manejar, saber tocar algún instrumento, etc.

Ahora bien, entendiendo la libertad como instrumento para alcanzar la felicidad, podemos inteligir que si la tomamos como herramienta, encontraremos que tenemos dos variantes: tanto nos puede ayudar como nos puede destruir. ¿Por qué aseverar que destruye? Recordemos y reconozcamos que, como toda herramienta, si no se usa de manera adecuada representa un riesgo para la persona que la utiliza, pues todos, o la gran mayoría que se conciba a si mismo como un ente pensante y tenga tres dedos de frente, sabemos que, usando de manera incorrecta un encendedor podemos terminar quemándonos la mano. La herramienta de la que se vale la libertad (al ser esta también una herramienta, llamémosle por consiguiente a la que sigue complemento, o usando un anglicismo, un plug-in) es la decisión: decisión es la contemplación de dos o más opciones, dos o más caminos, dos o más marcas de ropa; después de la contemplación pasamos a la elección, y la elección es el fin último de una decisión.

No podemos decidir si no somos libres, no somos libres si no tenemos la capacidad de decidir. A esto respondería mi buen amigo Sartre con algo como: 'estamos condenados a decidir', esta decisión nos exige ser lo que somos y manifestar nuestra esencia: ser humanos.

De esto precisamente estoy apunto de hablar, de la decisión. Cuando hablamos de un fumador precisamente lo primero que se piensa es en un vicioso, no necesariamente en la concepción ortodoxa que se tiene del mismo, la cual es alguien desaliñado, con pinta de delincuente, probablemente adicto a alguna sustancia tóxica. Exactamente esta postura deseo abordar: el vicio. Estamos de acuerdo en algo: un vicio no puede ser obligado, a menos de que existan circunstancias extremas como en la segunda guerra mundial, en la que los alemanes hacían adictos a la heroína a todos sus prisioneros de guerra; bajo este supuesto presento lo siguiente: el vicio se toma, mas no se induce, ¿qué busco con esto? Sencillo: NADIE de las personas que fuma, fuma por obligación o empezó a hacerlo bajo presión. A este punto ha de surgir en el lector el supuesto de que existe una presión social o de marketing hacia que la persona fume, le puedo contestar que eso no es cierto y lo demuestro con lo siguiente: observe algún anuncio de cigarrillos, ya sea Marlboro, Lucky Strike o cualquier otro que tenga avisos en la vía pública; ahora pregúntese: ¿observa a alguna persona fumando o en actitudes de que fumar es una obligación? Puedo asegurar que su respuesta es negativa. El creciente número de fumadores se debe simple, sencilla y llanamente a la capacidad de elección, que tenemos todos los seres humanos, pues de poner un ejemplo, el primer paso para que yo empezara a fumar es que me entrara la curiosidad, puesto que mi padre fumaba, por lo que yo decidí probar en vez de que me contaran.

Asimismo, yo tomé una decisión, el vecino que fuma realizó la misma acción, todas las personas que tenemos un cigarrillo prendido en este momento decidimos, elegimos hacerlo, ¿y por qué? Porque tenemos la libertad de hacerlo o no. Aquí entra algo muy interesante: como toda decisión y como buen uso de la libertad, toda elección conlleva unas consecuencias, ya sean positivas o negativas. Con consecuencias relacionadas a este tema me refiero a las repercusiones sociales que tiene la imagen de un fumador activo. Por mencionar algunas se tiene la de que tienen “mal olor”, la pérdida de pulcridad podrían decir algunos, incluso la pérdida de algunas amistades, pues hay ciertas personas que no toleran a los fumadores, ya me ha tocado querido lector. Entre las demás consecuencias que podemos encontrar están las de la salud: yo, al ser una persona libre y consciente de mi libertad, estoy aceptando, por el simple hecho de fumar, consecuencias tales como posible cáncer o enfisema pulmonar, tos recurrente, falta de aire, pérdida de condición física y demás enfermedades relacionadas con el tabaquismo. Pero he aquí el punto del presente ensayo: al igual que una persona puede elegir casarse joven, permanecer virgen hasta el matrimonio, no tener hijos, no cortarse el cabello, hacerse un piercing... todo esto, igual que esa gente, el fumador tiene la libertad de tomar una decisión, por más mal vista que sea por la sociedad en general; simplemente, en sentido estricto, aunque sea un daño a largo plazo de la persona, nadie puede influir en la libertad de los demás.

Continuando, ¿cúantos millones de personas mueren cada año por causa del tabaquismo? Serán millones, miles, cientos o decenas, el punto es que mueren. He de decir, querido lector, que a este punto la naturaleza humana se me hace un tanto graciosa: el asunto es que nos estamos preocupando últimamente por cosas que muchos sectores de nuestra sociedad ven como conductas 'malas' o de vicio, como el tabaquismo. Misteriosamente, estas condiciones a veces son más sonadas o renuentes que asuntos de mayor cuidado y que merecen mayor atención. Estoy de acuerdo que la base para que una sociedad es la educación, pero anuncios como los de “fumar mata” de la secretaría de salud, en vez de enseñar algo, recurren a la satirización o, mejor dicho, satanización de las condiciones humanas: libertad, elección y que cada quien haga lo que quiera. Las leyes nos protegen de ser libres de hacer lo que queramos con nuestro cuerpo, exceptuando el atentado directo contra nuestra vida. Aquí el lector se estará haciendo la pregunta: ¿y el tabaquismo no es un atentado directo contra la vida? No mi querido lector, el tabaco no mata, mata lo que causa el consumirlo. Al fin y al cabo no nos podemos meter en términos médicos y filosóficos de que es el suicidio, prosigamos con el desarrollo de las cuestiones.

Ahora bien, muchas personas me han comentado en sendas ocasiones, sobre todo cuando estoy fumando, cosas como: “invades mi espacio personal” o “respeta mi decisión de no fumar”. Varias veces he respondido, siempre de una manera amable y educada, que mi decisión de fumar no influye en nada el hecho de que ellos no fumen. Sencillamente compruebo esto con lo siguiente: si estamos en un lugar común, poniendo un burdo ejemplo, las afueras de la cafetería central, yo prendo un cigarro y a la persona de la mesa siguiente no le agrada el humo del cigarro y me pide que lo apague poniendo por delante que invado su libertad de no fumar, simplemente no estoy invadiéndola, pues tan libre soy yo de fumar como ella de ocupar espacios en los que esté prohibido fumar. Puede sonar esto algo rudo, tal vez un poco grosero, pero si nos atenemos a la libertad misma, encontraremos este supuesto como válido. Ahora, los espacios reservados para fumadores no fueron creados con el afán de prevenir el consumo pasivo, no fue así, fue precisamente para evitar conflictos como el que tal vez hubiera causado si la situación hipotética que yo planteé hubiera sucedido. Así es, los espacios en los que está prohibido fumar son por lo general lugares cerrados inclusive si están bien ventilados, pero esto no tiene mucho que ver, pues si nos hemos dado cuenta, al estar en un salón repleto de personas, en el cual el aire no circula adecuadamente, el aire mismo se empieza a viciar produciendo somnolencia y, en algunos casos, jaquecas, este es más o menos el efecto que produce el humo del tabaco en un espacio cerrado. Supongamos un antro, por lo general lo único que se ve es una densa nube de humo, el cual es mezcla de las máquinas que lo producen y de los fumadores; en estos espacios no se prohíbe no porque esté aceptado, sino porque, si establecemos una relación económica o de gusto entre los fumadores, una copa rara vez no va acompañada de un cigarro.

Asimismo, dudo mucho que nos hayamos preguntado alguna vez si no existe algún producto de consumo humano que sea igual de dañino si se consume en exceso y que pase totalmente desapercibido. Esta pregunta muchas veces ha atacado mi mente, no necesariamente porque me preocupe por el número de muertes o por conocer productos de los cuales me tenga que cuidar. Todos sabemos que el alcohol en exceso causa cirrosis o borracheras interminables, el cigarro causa enfisema pulmonar... curiosamente hay otro producto que es dañino para la salud, muchos los consumimos y en realidad no nos damos cuenta de que también es peligroso: el queso. Tomando como ejemplo cito una cinta cinematográfica que se proyectó en nuestro país en meses pasados: “Tomando un ejemplo: los quesos de West Virginia son altos en colesterol, y esto ha causado numerosas muertes, ¿por qué sólo la industria tabacalera debe pedir perdón por toda la gente que, al igual que las personas que, por elección propia, consumen queso y mueren producto de sus consecuencias?”. ¿Sabía eso?, yo no. Ahora que conocemos uno de esos productos hemos de preguntarnos: ¿tenemos que condenar el consumo de todos los productos que, a largo plazo, producen daños a la salud humana? ¿Tenemos que dejar pasar desapercibido los riesgos que representan los que conocemos y los que no conocemos? Intentaré dar una respuesta de la siguiente manera: al parecer estaremos de acuerdo en que lo peor que le puede pasar a una sociedad es el olvido; olvido no sólo de la sociedad, de las personas, de las acciones, sino de actitudes de la sociedad, con actitudes me refiero a toda la serie de eventos que han surgido para condenar a las industrias tabacaleras por el producir, manufacturar y comercializar una fuente de miles de muertes cada año solamente en nuestro país; ante la cuestionante anterior, yo creo que deberíamos no ignorar y tratar de concientizar a la gente. No digo que se restrinja el consumo de tabaco, sino que en vez de hacer campañas publicitarias que lo condenen, mejor que informen, para así no meternos, ahora sí, con la libertad de los demás.

Concluyendo el presente ensayo, extiendo una invitación a todas las personas a las que les sea extensivo el presente trabajo: no dejemos que nuestros prejuicios y la mentalidad social nublen nuestro juicio. Dejemos de observar a personas que se matan a diario, personas que para ciertos ojos no merecen la vida que tienen puesto que, aunque saben que van a morir, aceleran ese encuentro con el ser del más allá. Propongo que empecemos a crear una cultura del respeto, de la tolerancia y de dejar de etiquetar a las personas y las acciones en que las mismas incurren. Siguiendo haciendo mi invitación, a dejar en paz, si eres de esas personas, a ese amigo tuyo que fuma, total, el es el que se está acabando sus pulmones, el tomó la decisión, aceptó las consecuencias y las afrontará cuando llegue el momento.

También quisiera extender una recomendación a aquellas personas que fumamos: no nos sintamos cosa del otro mundo, no es la primera vez que a alguien se le critica por sus hábitos. Sintámonos orgullosos de que tomamos una decisión y tengamos el valor de afrontar las consecuencias de haber elegido libremente cuando llegue el momento de hacerlo. Si eres una de esas personas que ya decidió, está conforme con la misma, no está influida de ninguna manera y está pleno, pues cree que le ayudará a alcanzar su fin último que es la felicidad: fume, si no sabe, pregúnteme como.

3 de junio de 2008

La despedida

Personas van, personas vienen. Se acaba la primera canción, inevitablemente viene la segunda. El mariachi no para de tocar hasta que su hora pagada termine. Todo lo que sube, tiene que bajar.

Verdades inevitables, moldeables a la situación, son las que marcan la existencia de las personas. El poder alejarte de una persona, ser capaz de decir adiós en vez de un hasta luego. Cerati dice: "poder decir adiós es crecer", la vida dice: no poder decir adiós crece los egos, aumenta el dolor y continua la mentira.

Te retiras lentamente de ese lugar en el que te citaron, solamente para encontrarte con que el hecho de que te hayas despedido no va a separararte por completo de ella. Constantemente buscas y encuentras razones para buscarle, para seguir hablando de ella, para amarla. Pretextos son, pretextos serán, en una disque razón se quedará. La peor manera de esconderte es pretender que todo está bien, sobre todo cuando tienes los elementos para hacer que todo realmente se encuentre bien. El cuentista que reside en tu cabeza no para de hablar, sencillamente porque te hace sentir bien, no te hace estar bien.

Cuentista implacable, eso es lo que hace la conciencia. La rutina hace sombra a las pupilas que se cierran a los disfrutes que nos quedan: encerrarte en lo de diario, en lo clásico. Cómoda posición, cobarde hacia la vida. Los cambios constantes son los que hacen que el mañana sea emocionante y el ayer sea atesorado. La vida da vueltas, y da muchas sorpresas: un adiós es uno de ellas.