25 de septiembre de 2007

No fue suficiente

Mientras caminaba de regreso, cruzando esa vieja vereda que ya daba por perdida, olvidado el camino por el cual iba a regresar, sintió como un viento rampante cruzó por su frente y, acto seguido, se oyó un golpe seco a sus pies; no detuvo la marcha, solamente se limitó a observar el objeto que acababa de caer y que casi lo golpea, murmurar unas palabras y seguir adelante.

No meditó lo que acababa de pasar, esa guayaba que estuvo a punto de causarle una erupción verborreica de malas palabras, improperios hacia el pobre fruto que no tenía la culpa de caer, de estar en ese preciso momento a escasos centímetros de su cabeza y vencer la débil rama que le sostenía a su árbol. Los momentos en la vida no se escogen, más esta persona puede elegir el lugar que desea ver. Si no reparó en el hecho de que esa guayaba, específicamente esa estaba a punto de golpearle y provocar una reacción en cadena que pudo terminar en cosas peores que una injuria, fue el hecho de que estaba ansioso por llegar a su destino: se encontraba a escasas cuadras de su santuario, del lugar que acababa de descubrir hace poco tiempo, un espacio en el cual podía sentarse a meditar decenas de lugares, pasados y presentes, poderlos apreciar y analizar completamente. Tal como lo dijo Borges, había encontrado su Aleph.

Encontrando a un amor largamente perdido, que se fue a Tijuana dejándole solamente una nota con un te quiero, verla cargando una criatura que le traía muchos recuerdos, demasiadas imágenes que le parecían conocidas; ver a su madre que dejó en Guadalajara, que aún seguía arreglando su casa, pues nunca estuvo conforme con su aparente limpieza; a su padre, con su infaltable copa de tequila en su mano, mirando el fútbol dominical, con los ojos llenos de ilusión, esperando ver al Atlas campeón. Miles de cosas ha podido observar, pero aún así, sigue buscando algo más, algo que le quite la inquietud que le ha marcado por mucho tiempo: dónde está ella. Su prisa, esperando que esta vez tenga la suerte de encontrar en ese preciado artificio que descubrió en el rincón superior de su recámara, tras una noche como tantas de eterna melancolía, sumido en dudas existenciales que no ha podido resolver en sus años de vida; solamente tuvo que levantar la vista, mirar hacia ese punto perdido –que, a su parecer, nunca le había prestado tanta atención- y verse cuando era niño, disfrutando de un helado en el parque Morelos en un día caluroso como los de hoy. No lo pudo creer, seguida a su imagen empezó a encontrar personas anteriormente perdidas, o incluso desaparecidas: compañeros de escuela, amoríos fugaces, enemigos, acompañantes de juerga… después de ese día, no perdía ni un solo momento para llegar a su cuarto y empezarla a buscar.

Intento varias noches, siguió sin dormir, más cambió su melancolía por añoranza, por un sórdido momento en el cual la pudiera ver. Finalmente el creía que este preciso día esto iba a suceder, por fin, se podría sentar ante su Aleph y contemplarla, a ella, al peor de sus triunfos, al mejor de sus fracasos. Se acomodó en su sitio de costumbre, sintió ese sentimiento que es anterior a la salida a escena, al anuncio del premio, al inicio de la exposición, al entrar al examen; el Aleph cumplió su deseo, se la mostró.

La caída de la guayaba no fue suficiente como para evitar que se destrozara.

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