25 de marzo de 2008

Hoy Tuve Sexo

Si más no recuerdo, este texto lo escribí para la clase de Ética, Identidad y Profesión. Se pidió que retratáramos una situación en la cual entrara la ética o moral de cada quien. Según yo, si está claro. Espero lo disfruten.

- Hoy tuve sexo.

Ataqué con esta pregunta la mirada que dirigían mis padres al pedirles un poco de su atención. Tomé la decisión de decirlo después de darle vueltas y vueltas en mi cabeza. Dejé de jugar con mi comida y por fin ataqué el frente que me acechaba.

- Hoy tuve sexo.

Insistí de nuevo. Nada sucedió. Sólo un momento después mi padre intentaba controlar a mi madre que en ese momento empezaba a sollozar descontroladamente. Intentando en vano calmar a mi convulsiva madre, mi padre se acercó a mí y me propinó tremendo bofetón que casi me hace terminar en la pared del otro lado.

- ¡¿Cómo te atreves a tratar ese tema en la mesa?! – estas palabras salieron de la boca de mi padre más como un volcán en erupción que como lo que realmente era: un reclamo. Simplemente no puedo creer que mi propia hija haya sucumbido ante los placeres de la carne. ¡Piénsalo!: nosotros que te hemos dado la mejor educación cristiana, las mejores escuelas, una vida digna, ¿puedes vivir como una mujerzuela y tirar por la borda todo lo que tu madre y yo hemos tratado de enseñarte?
- Eres una cualquiera – oí que sollozó por fin mi madre. No mereces llamarte señorita, estás probando cosas que no te corresponden. No creas a esa juventud que dice que el sexo no tiene nada de malo, pues ese no es un placer, es sólo la manera que dios nos dio para que sigamos viviendo. No puedo creer que alguien que salió de mis entrañas tire los principios que tan encarnizadamente he intentado de conservar en ella. Mi hija, mi niña, presa de los placeres mundanos.

No pude resistir ni un momento más los embates de mis padres. Opté por abandonar la escena y me dirigí a casa de mi mejor amiga.

Mientras recorría las calles que me separaban de mi amiga iba pensando: ¿será verdad lo que mis padres han dicho?, ¿he traicionado mis principios?, ¿no soy lo que soy? ¿soy alguien que no debo ser?. Todas estas preguntas invadían mi cabeza, la asaltaban y no la dejaban ni un solo momento tranquila.

Por fin llegué a mi destino, saludé como de costumbre a sus padres y subí a su recamara.

Nos saludamos como siempre, y afirmé antes de que pudiera decir nada:

- Hoy tuve sexo.

Ella sólo se quedó mirándome incrédula. No podía creer lo que acababa de decirle, eso que volvió locos a mis papás y que, al parecer, no tendría una reacción favorable en mi compañera de andadas.

- No lo puedo creer, ¿tú?, ¿la puritanita niña de los cristianos más arraigados del pueblo? – articulaba estas preguntas como si estuviera ante un espíritu, con la voz temblorosa, presa de emoción. ¿Te gustó? Cuéntame, ¿con quién lo hiciste?, ¿cómo fue?, ¿de verdad duele?.

Me atacó con un sin fin de preguntas, sin siquiera preguntar el como me siento ante la decisión que tomé, en qué quedó mi libertad, en qué queda el libre albedrío que se supone que el ser supremo nos otorgó. El haber vivido mi libertad por una sola vez. Todo eso que tuve que pasar para tomar la decisión de hacer uso de mi libertad y de todo eso que la naturaleza me ha dado. Todo eso que ha sido despertado junto con mi crecer biológico. El placer que tanto vi prohibido.

Al no tener respuesta alguna con mi amiga y no dispuesta a responder preguntas de una adolescente morbosa que en vez de ayudar quiere aumentar su curiosidad y calmar su hambre de morbo, doy media vuelta y regreso a mi casa, presa de una confusión enorme. Regreso, sigo pensando y doy vueltas en mi cabeza al asunto. Busco una respuesta, una respuesta a lo que acabo de hacer, no sé por qué no encuentro la respuesta, sólo pido eso: ¡una simple respuesta!

Llego a mi casa, ni siquiera veo a mis padres, subo intrépidamente a mi recámara, a mi santuario personal y sagrado. Me veo al espejo, mi rostro refleja mi duda, en mis ojos se puede ver todo lo que dentro de mí está pasando.

- Hoy tuve sexo – me confesé a mí misma.

Tuve mi respuesta, recordé la costumbre de recopilar frases y anotarlas en la pared de mi cuarto a manera de recuerdos. Volteé y una frase saltó a mis ojos a manera de la respuesta que tanto anhelaba:

Lo humano no avergüenza.

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