27 de octubre de 2009

El primer paso

Los cafés suelen ser refugios recurrentes para gente que quiere sentir una soledad incierta en una multitud bulliciosa. Dependiendo del horario en el que acudamos a estos lugares, podemos encontrar diversos tipos de compañías silenciosas -y ruidosas, si les prestamos atención- que pueden disparar nuestra imaginación y llevarnos a crear historias fantásticas no tan alejadas de la realidad de algunos.

En esta ocasión, como paraje de uno de mis tantos viajes, escogí una cafetería bastante concurrida, en la cual puedo sentarme plácidamente, a mis anchas, a fumar un cigarro mientras disfruto del primer café de la tarde. Observar el tránsito que es voluminoso en esta zona, en lo que pongo orden a mis ideas y me obligo a sacar mi artilugio tecnológico que le ahorra bastante trabajo a mi muñeca. Evitar las redes sociales y los mensajeros es un problema, sobre todo cuando no tengo una idea clara sobre qué quiero divagar en esta ocasión. Dicen que el barullo ayuda al ocio creativo, pero varias veces me he encontrado tomándole particular atención a los que están a mi alrededor: desde los señores que juegan a sacar "pa' los cigarros" del día al dominó, hasta los amantes -o prontos a serlo- que intercambian miradas furtivas en vez de palabras.

En esta ocasión, una pareja en particular ha captado mi atención. Llegaron poco después de mi arribo a mi mesa de costumbre -me gustan los rincones, por aquello de dominar de mejor manera el panorama. Además, mi vicio me ha orillado a ocupar estos espacios-. Café para él, un té para ella. Casi no cruzan palabras, pero la distancia se va reduciendo cada vez más. Él, intentando disimular estos acercamientos, hace ademanes exagerados con las manos, intentando producir un encuentro inesperado con las de ella. Ella, por su parte, aparenta estar impasible, más se revuelve en el asiento, con una muestra de ansiedad matizada con la mirada que esconde. Miradas escondidas, son las que expresan más de lo que creemos.

Es curioso el cómo se desenvuelven estos dos. A pesar de que no escucho ni un ápice de su conversación -de qué me serviría ser mirón, más bien me sentiría como el paparazzi de los mortales- puedo imaginar tantas cosas que pueden estar platicando. O él se muere por ella, o ella le dio entrada a algo y el pobre no sabe cómo empezarlo. Podrían ser dos jóvenes de secundaria que apenas se inician en los caminos del amor. Con las nuevas generaciones como están, no me extrañaría. El romanticismo está devaluado. Ya no bastan las cartitas dejadas a escondidas en los escritorios/lockers/mochilas, ahora ya es necesario el nick revelador en MSN y el consecuente en Facebook. Los montones de aplicaciones hechas, suspirando porque el/la destinatari@ se de cuenta de que es el provocador de esas actidudes, y vaya que estoy dejando de lado ese mito urbano de entre más caro, más te quiero. Supongo, más no afirmo, que uno de los casos que puedo pensar -y que no necesariamente digo-, es el que sucede.

Finalmente, los ademanes cesan y él postra sus manos en la mesa, entrelazadas la una con la otra, con la mirada fija en ella. Ella, intenta refugiar su mirada en los alrededores. Busca desesperadamente que aparezca alguien o algo que la haga desviar el tema -aquí es cuando los importunios de los meseros se vuelven útiles-, sin tener éxito alguno en su empresa. La expresión de él torna de ser cuestionante a decepción, desgraciadamente, no esperaba este tipo de reacciones, y menos de ella. El silencio se prolonga, unos segundos si me preguntan a mí, pero si le preguntamos al pobre hombre, se le ha de haber hecho una eternidad. Por fin, ella responde algo. Por la brevedad de su respuesta, aparenta ser un monosílabo. Aquí es cuando mi ocio se convierte en morbo, incluso en interés genuino. Observo detenidamente, entro en un nirvana extraño, otro cigarrillo, computadora encendida, a teclear.

Una confesión amorosa, hecha por cualquier medio. Desestimada, tardía, seca, falta de emociones. Desbordando emociones, mal correspondida. Final, principio, causa, efecto.

"Después de mucho tiempo, por fin tomé el valor de decirle, de frente, algo que en incontables ocasiones le he dicho indirectamente. La cité en este pequeño lugar, al que nunca había venido, pero que me recomendaron ampliamente. La recibí en la puerta. Ella, como siempre, hermosa. Es fácil descifrar sus gestos, su seriedad no parece permanente, su sonrisa cruza toda su cara. Su ser, vaya inspiración.

No niego mis nervios, sé que no es la primera vez que le confieso a alguien que me gusta. Sencillamente, en esta ocasión me gustaría que fuera algo mejor, quizá, por primera vez estoy deseando algo para mí. El desinterés de saber si la otra persona siente lo mismo que yo es algo que tal vez me ha llevado a incontables fracasos. No podría decirlo, pues nunca tuve el valor de preguntar si siquiera alguna vez me consideraron como opción, o peor caso, si me vieron como hombre. El temblor de las manos lo disimulo diciendo que es una condición de familia. Quiero un cigarro, uno, aspirarlo profundamente. Entramos al café, siéntate. Ella no toma café, tenlo en cuenta. Pide uno, no, tonto, que ordene ella primero. Nervios, malditos nervios. El primer cigarro. Sonríe, no te muestres dubitativo. Decídete, ¿no que esta era la buena?

Conversación rompehielos. Qué tal estuvo el día, qué hiciste, te costó trabajo llegar, te ves muy bien. Dándole rodeos a algo eminente. Cigarrillo en una mano, el encendedor en señal de juego en la otra. Tu cabeza está en otro lado, tu cuerpo desparramado en el equipal. Está cómodo, pero concéntrate, no vienes a eso. No le quito la vista de encima, me pone cada vez más nervioso. ¿Recuerdas todo lo que dijiste antes? Eso ya quedó solucionado, los que salgan afectados o que se aclimaten o que... reclamen.

Llegaron las bebidas. El café está caliente. Voy a saber a café y a cigarro, bonita combinación. Todavía ni sé si la voy a besar y ya estoy desvariando en eso. Lord Byron viene a mi cabeza. El momento y el lugar no existen, se crean. Crea el momento, ya conoces la mitad de la respuesta. Suéltalo. No, no de golpe. Gradual, dile que te gusta. Probablemente ya se dio cuenta. ¿Qué puede pasar? Ideal sería que tú a ella también, pero eso todavía no lo sabes y probablemente nunca lo sabrás. Venga, pregúntale. Ya, pues, le pregunto.

- Todo esto, solamente para decirte que me gustas."

El final, desgraciadamente, es lo difícil de plasmar. Cada quién quiere su propio final. Yo sé cuál quiero, el problema es que no depende completamente de uno.

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